¿Por qué empezar por ella? Porque debiendo ser el centro de nuestro universo, la teníamos olvidada; porque de estar vacía, ha pasado a estar obligatoriamente ocupada; porque ahora más que nunca es triste pensar en los que no la tienen; porque es reconfortante pensar que en esta guerra tan sutil como mortífera es el único espacio seguro que nos queda.

Las casas encierran nuestros misterios, nuestros tesoros, nuestros deseos y nuestros secretos, y encierran también a nuestras mascotas. Glass cada día se quedaba guardando esta casa de unos dueños demasiado ocupados. Permanecía tras la puerta esperando el regreso, solo, en silencio. Sin reproches. De repente el virus le ha cambiado la vida. Ahora nadie se marcha y hasta han vuelto los que estaban fuera. No le importa ser la coartada para el paseo y derrocha cariño cuando apoya su cabeza en mi regazo intuyendo que algo no funciona, detectando la tristeza que flota cuando dan las fatídicas cifras de la curva del virus. Es feliz porque la casa que guarda, ya no está sola.

Y ahora nos toca a nosotros rebuscar sus espacios invisibles, escuchar en silencio, esperar con paciencia, reconocer cada rincón, oler cada esquina y encontrar los minúsculos detalles que te llevan a tus raíces, porque solo sabiendo de dónde venimos sabremos encontrar hacia dónde dirigirnos.

Tu casa, mi casa, da igual si es un dúplex, o 49 metros, está plagada de todo lo que ha sido nuestra vida. Nos pasamos el tiempo echando de menos disfrutarla sin prisas, ni obligaciones y va ahora el maldito virus y, sin más, nos lo regala.

Convierte en un lujo llenarla de música a todo volumen; de dibujos hechos con el estuche de pinturas de cuando soñabas; de duchas sin prisa en las que el tiempo sobra mientras cae el agua caliente y purificadora en tu cuerpo desnudo; llénala de vida y de color e incluso de nosotros mismos.

Seamos agradecidos. Como Glass. Es tiempo de plantar geranios en el rincón más minúsculo del alféizar de la ventana; es hora de leer los libros aparcados y de releer los que nos inspiraron la adolescencia, o los que nos ayudaron en las horas bajas de madurez; es tiempo de volver a hacer bizcochos y tortitas con nata; es el momento de hacer planchas de abdominales y sentadillas; es tiempo de jugar al ajedrez o al Monopoly, a la oca o al parchís; de ver películas ‘atrasadas’, o las que marcaron nuestra vida, incluso las que nos hacen llorar y sacan la hiel que tenemos dentro; es hora, por fin, de escribir en cualquier rincón los sentimientos y describir lo que vemos para no olvidarlo nunca, jamás.

#Quedateencasa.

* Abogada