Corren tiempos nuevos. Esto del coronavirus nos ha cambiado nuestro devenir, nuestro libre albedrío. Los cambios más transcendentes de la vida se notan en las sutilezas, en las pequeñas cosas, en las más cotidianas. En la forma de mirar a alguien, en el lenguaje corporal y hasta en la forma de ir a comprar al supermercado. Ahora, cuando esto último hacemos en este estado de alarma impuesto por el Gobierno, todos nos miramos distinto cuando ponemos un pie en la calle para lo estrictamente imprescindible y nos cruzamos con alguien. Es esa mirada a la vez escrutadora y esquiva, casi carcelaria, del que necesita saber las amenazas sin querer intimar con nadie. Ese lenguaje corporal del que quiere pasar desapercibido en el mejor de los casos, o del que expande su zona íntima espacial a los límites de eso que precisamente todos queremos evitar, el contagio. Precisamente por esto último es por lo que para entrar al súper lo tenemos que hacer de dos en dos. Formamos una cola irregular donde la actitud socializante brilla por su ausencia, lo mismo que las conversaciones, y esperamos pacientemente como el que está en la sala del médico a que, por lo general, una dependienta nos espete la lacónica frase que nos dé paso a los productos básicos o en algunos casos a su básica ausencia por rotura de stock: «pasen de dos en dos». Hacía tiempo que no escuchaba esa frase o tal vez si alguna vez la he escuchado hacía un siglo psicológico que no me sentía así al escucharla. Ese de dos en dos me traspone a mi infancia, al colegio, a aquella clasificación impersonal que nos recuerda casi como un reproche nuestra condición de materia. Por ello la rebeldía de estos tiempos debe de estar en el alma. En realidad siempre ha estado ahí. Hasta nos gobiernan dos. La diarquía de Sánchez e Iglesias. Estamos en tiempos de dos en dos. Por ahora hasta los confinamientos.

* Mediador y coach