El jurista y sociólogo francés Maurice Hauriou definió en el siglo XIX orden público como ese estado de hecho contrario al desorden evidente en un orden material y exterior, en el que se dan las condiciones mínimas imprescindibles para la convivencia colectiva y para que los individuos como miembros de la comunidad puedan desarrollar su vida sin miedo, peligro e intranquilidad por daños o molestias que les puedan causar circunstancias de índole social u otros. Hablamos de un concepto complejo que tiene mucho que ver con nuestro día a día, y lo digo no solamente a tenor de la actual crisis del coronavirus sino por el engranaje de elementos orientativos que lo constituyen: la seguridad, la tranquilidad y la salubridad pública. A esta triada le podemos adicionar el concepto de moralidad pública como título legitimador de las restricciones estatales a la libre circulación de personas, mercancías, servicios y capitales tal como lo refleja el considerando 41 de la directiva 2006/123/CE del Parlamento Europeo y del Consejo, «el orden público según lo interpreta el Tribunal de Justicia de la Unión abarca la protección ante una amenaza auténtica y suficientemente importante que afecte uno de los intereses fundamentales de la sociedad y podrá incluir, en particular temas relacionados con la dignidad humana, la protección de los menores y adultos vulnerables y el bienestar animal».

Por tanto, el conocimiento que se aflore en esta esfera puede contribuir al impulso de la colaboración ciudadana como instrumento sine qua non para vencer ante la guerra que el Estado de Derecho afronta contra el Covid-19. En concordancia hay que garantizar la salubridad pública como activo común y estado de higiene en el cual es posible el bien de la salud individual sin peligro o minimizando la probabilidad de contraer enfermedades contagiosas provenientes de las condiciones sociales. En tiempos de prueba nuestra esencia humana también lo está. Fuera las mezquindades políticas e ideológicas, bienvenidas las campañas del quédate en casa, el teletrabajo, el ingenio docente creativo y proactivo, el civismo en formato de sentido común, la cultura científica haciendo pedagógica sanitaria, el cooperativismo preventivo, las iniciativas para ocio doméstico, la solidaridad vecinal atalayando a nuestros mayores, el aplauso emotivo viajando inter ventanas, la oración en favor de todos por amparo divino, la acción contestataria ante los más vulnerables, la difusión informativa de los medios, impulsos todos que suman y redoblan el bienestar general.

* Profesor y cronista