Ante el temblor mundial por la pandemia que asola a la humanidad, ante tantas imágenes impactantes que se graban en las entrañas, bueno será colocar en la Agenda del alma, en nuestras mentes y corazones, algunos puntos de luz que nos abran a la reflexión, a la unidad, a la solidaridad y a la esperanza. Y escuchar con atención, desde la orilla de la fe más ardiente o desde el umbral de la trascendencia, las «voces» que invitan al mundo a mirar «firmamentos perdidos» y a recuperar «principios esenciales». En primer lugar, la «voz» del papa Francisco, quien ha recordado que, nuestro Dios, es un Dios cercano a su pueblo y en este momento difícil nos pide que estemos cerca unos de otros, suplicando emocionado: «Señor, detén la epidemia: Deténla con tu mano». Todos somos hijos de Dios y estamos bajo su mirada. Incluso aquellos que aún no han encontrado a Dios, aquellos que no tienen el don de la fe, pueden encontrar ahí su camino, en las cosas buenas en las que creen; pueden encontrar la fuerza en el amor a sus hijos, a su familia, a sus hermanos y hermanas. Uno puede decir: «No puedo rezar porque no soy creyente. Pero, al mismo tiempo, sin embargo, puede creer en el amor de la gente que le rodea y encontrar allí la esperanza». En segundo lugar, la «voz» del cardenal arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, calificando este tiempo como «tiempo de prueba y confianza»: «Ante la crisis mundial de la pandemia del coronavirus, sin dejar nuestras lágrimas, hay que mirar a Dios, volver a Él, que comparte nuestros sufrimientos e inquietudes». Para el cardenal Cañizares, este tiempo es «tiempo de fe, de confianza en Dios plenamente, de escucharle y de invocarle, de orar y de ayudar, de solidarizarse con el dolor de tantas y tantas víctimas de pandemia, de pedir su ayuda y su luz para que los científicos hallen los remedios oportunos y sonantes». En tercer lugar, la «voz» del sacerdote escritor y poeta, Pablo D’Ors, quien, ante la crisis mundial por la pandemia desatada, ha pedido a los cristianos y a los buscadores espirituales en general, una doble actitud: primero, llorar; luego, mantener la calma. «No sólo mantener la calma, también es necesario llorar. Llorar porque hemos metido el pie en la trampa y porque ahora sufrimos por los dolores del cepo. Llorar es lo más urgente y primordial, eso no conviene olvidarlo. Llorar es purificar. Hay que pasar por la purificación antes de llegar a la iluminación. Debemos llorar por quienes ya han muerto por este virus, por la muerte que quiere apoderarse de nosotros. Llorar por los que están infectados y por los que se infectarán. Por el egoísmo de quienes solo piensan en ellos mismos y por la emoción que despierta ver a quienes aman a los demás. Segunda actitud: la calma. Ver lo que acontece no como una amenaza sino como una ocasión para fortalecer el carácter y la relación con los otros y con Dios. Hoy la fe está muy denostada. Se confunde con ingenuidad infantil o con una piedad obsoleta y sentimental. Casi nadie comprende ya el coraje de creer, el temple que implica confiar». Y la «voz» de uno de los profetas de nuestro tiempo, el cardenal Robert Sarah, que contempla con dolor y con amor el tiempo que vivimos, con palabras recias y expresiones durísimas: «Vivimos en ‘la civilización del caos de los deseos’. Y, cuanto más nos hundimos en el caos, más evidente es la conclusión: una vez agotados los placeres primarios, el hombre prefiere que la vida acabe. Prefiere la nada. Fuera de este mundo no hay esperanza. El hombre ya no mira al cielo. Y poco a poco, va pisoteando las normas morales para reemplazarlas por normas jurídicas supuestamente democráticas». Ante este panorama, el cardenal Robert Sarah, en su obra Se hace tarde y anochece, ha establecido esta tabla de dramáticas libertades: «Si un hombre quiere poner punto final a su vida, puede hacerlo. Si un hombre quiere convertirse en mujer, puede hacerlo. Si una joven quiere prostituirse por internet, puede hacerlo. Si un adolescente quiere ver pornografía en internet, puede hacerlo. Si una mujer quiere abortar, puede hacerlo. Está en su derecho. Todo es posible». Junto a estas «voces», las de tantos articulistas a pie de calle, como, por ejemplo, la de Vicente Lozano, quien afirma que lo que está ocurriendo «pone en evidencia la fragilidad de la condición humana, pero en esa fragilidad, -y a pesar de ella-, hay hombres y mujeres que afloran lo mejor de sí mismos y dan lecciones de vida». El escritor nos invita a «ofrecer la mejor versión de nosotros mismos» en este tiempo de crisis mundial. Un gran poeta y creyente británico, T. S. Eliot, escribió tres versos que dicen más que libros enteros: «En un mundo de fugitivos, el que tome la dirección contraria pasará por desertor». Pero será la única que nos salve de verdad.

* Sacerdote y periodista