Estoy suscrita al New York Times desde hace un par de años. Cuando tengo ganas de leer buena literatura o de aprender algo, entro en su web. A veces también para buscar noticias o para informarme sobre asuntos más específicamente norteamericanos. Las fotografías (ya sea el retrato de un escritor o un plato de patatas fritas) también son extraordinarias. Igual que en el mundo literario se dice que están Shakespeare, Cervantes, Proust y luego los demás, en el mundo de la prensa se opina que está el New York Times y luego todos los demás. En los próximos meses, algunos periódicos intentarán hacer la transición a diarios de pago. Ya nadie recuerda lo que era pagar por un periódico, lo que resultaba lógico y normal hace diez años, ahora, después de que nos hayamos acostumbrado a abrir el ordenador y tenerlo todo al alcance de la mano gratis, debe ser justificado y explicado de nuevo. Puede que la maniobra sea un éxito, lo ignoro, si nos basamos en lo que ocurrió en el sector audiovisual, debería serlo: muchos pasamos de utilizar plataformas oscuras y medio ilegales a suscribirnos y pagar por Netflix, HBO y las demás sin planteárnoslo siquiera y sin que supusiese trauma alguno. Pero ¿estamos preparados para pagar por una opinión, por un punto de vista? Lo mismo ocurre con los libros, el hecho de que haya personas que se los descarguen ilegalmente no deja der ser algo bastante pintoresco y excepcional que en cierto modo halaga al autor y que preocupa solo moderadamente al editor. ¿Cuánto vale exactamente una opinión? No a ojos de los que las escribimos -que a veces quisiéramos enmarcarlas y otras tirarlas a la basura- sino a ojos de los demás. ¿Cuánto vale una opinión cuando en las redes la mayoría de las opiniones no valen nada y todas son gratis? ¿Para qué leemos artículos de opinión? ¿Los leemos para afianzar nuestros propios puntos de vista e ideología? Si es así, entonces la suscripción a una u otra cabecera es un acto ideológico, más o menos como ir a votar.

Pero a mí, por ejemplo, me encanta leer a gente con la que no estoy de acuerdo, en realidad son casi las únicas columnas que leo (todavía recuerdo los alaridos de furia de mi padre cuando leía la prensa), pero ¿estoy dispuesta a pagar por enfurecerme un ratito cada mañana? Todavía no lo sé.

También leo a los que no solo tienen una opinión, sino una visión personal del mundo (Sergi Pàmies, Juan Tallón, Joaquín Luna, el gran Javier Marías). Por una visión del mundo (no ideológica, me entristecen un poco los que siguen la línea editorial de su periódico como perritos falderos) sí que deberíamos estar dispuestos a pagar. ¿O no? Ya lo veremos.

* Escritora