Cayetana Álvarez de Toledo quiere estar donde se toman las decisiones (es, de hecho, portavoz del grupo parlamentario del PP), pero aparentemente solo acata las suyas propias. Por entendernos: a ella le gusta decidir por los demás desde puestos de dirección, suponemos que con la intención de marcar el camino, y a la vez no responder ante ninguno de los que están por encima. Como si ella fuera la jefa del cotarro.

Desde esa posición, se permite, por ejemplo, conceder una entrevista a la misma hora que su presidente y que al final, se hable de lo que ha dicho ella y no de lo que dice él. Se permite dejar a la intemperie a Pablo Casado, quien estaba criticando a Pablo Iglesias en Tele 5 por señalar periodistas y elogiando la libertad de expresión: «Nosotros no somos como Iglesias», mientras Álvarez de Toledo arremetía a la misma hora contra La Sexta, opinando en Onda Cero que dicha cadena de televisión «hace negocio con la erosión de nuestro sistema democrático». Me parece ofensivo para los periodistas que ahí trabajamos. En todo caso, no me voy a centrar en eso, sino en el hecho de que Cayetana Álvarez de Toledo vaya frecuentemente en contra de la línea del partido al que representa. Sí, ya sé que siempre dicen los políticos díscolos que las formaciones en las que militan no son sectas. Sin embargo, entre mantener cierta filosofía de grupo y ser una secta media un abismo. Es que ella también arremetió contra la «tibieza» de los miembros del PP vasco frente a los nacionalistas y tuvo que ir corriendo la dirección a sofocar el incendio. Luego, ella llegó a decir que la situación actual es peor «que cuando ETA mataba», soliviantando así a buena parte del PP y a las víctimas del terrorismo. Otro día decidió pedir perdón porque, según ella, su partido había dejado desamparados durante décadas a los constitucionalistas catalanes. Ahora se desmarca al PP de la manifestación del 8-M argumentando que «las mujeres no somos víctimas».

Cualquiera puede entender que los partidos no deben de ser sectas, claro que sí. Pero medrar para tener un puesto de dirección en una formación política para luego pretender ir por libre o marcar líneas de discurso como si no representaras a nadie más que a ti es muy incoherente. Y muy egoísta. A eso hay que sumarle unas formas que se resumen en hablar siempre como si estuvieras por encima de los demás, como si las esencias del PP empezaran y acabaran contigo. Para estar en política, no se puede ser una persona tan sumamente antipática.

* Periodista