En mi opinión, la intención de los gobiernos de politizarlo todo, de manosearlo todo, de tener presencia en todo, de contaminarlo todo está llegando en España demasiado lejos. Los niveles de toxicidad política están resultando insoportables. Es tal la ambición de algunos y algunas que no permiten que se les escape ni un milímetro cuadrado de poder, sea la Fiscalía General del Estado, el deporte, el cine, la forma de vestir o los decorados de la Moncloa, además de los presentadores de TV. Si para eso tienen que mentir, presionar, machacar, retorcer, destituir, avasallar, aparentar, sorprender o destrozar lo hacen y punto. Cualquier sector es objeto de sus objetivos y de sus obsesiones. Dominar y doblegar es la norma. No hay objetivo pequeño ni acciones deliberadas. El fin justifica los medios. Todos los movimientos van enfocados al aumento de influencia, a la imposición de mi opinión, al échate p’allá échate p’alláque voy a pasar, al o te apartas o te aparto. Algunas acciones y algunos cambios solamente se justifican en puro y duro ejercicio del poder, reflejando una concepción absoluta del mismo. Atrás quedan ideas y fronteras morales. Se está asfixiando a la sociedad civil obligándola a tomar partido.

En mi magna torpeza, aderezada con buenas intenciones, pensé que en democracia estarían los mejores y los más preparados promoverían el bien común. Pensé que las razones rendirían la sinrazón, que los problemas cotidianos de la gente estarían por encima de visiones y necesidades personales, que políticas consensuadas propondrían las mejores soluciones... pensé que en democracia estaba asumido que se avanzaría sobre lo conseguido por los anteriores y no por destrozarlo. ¡No entiendo que el destrozo sea un avance! En Ciencia, desde hace siglos, se ha hecho justamente lo contrario: Apoyarse en lo anterior. Siempre tengo encendida una lámpara verde sujeta a la esperanza. Hoy con cierto disgusto, viendo lo que acontece, mi árbol de tonos verdes va perdiendo su luz. No me gusta el estiércol con que se está abonando este mapa de España.

El tema del lenguaje puede servir de muestra. Machacona y periódicamente -cualquier colega es bueno, ministra o no- para recordarnos lo mal que conversamos, según él o ella, claro. El colmo de la politización interesada es que en la calle se hable como yo digo y si no lo haces así es que eres un perverso fascista o una feminista atroz, al menos en potencia. Los extremos están venciendo.

Resulta sugerente examinar dónde estamos llegando: Así, si yo digo violencia de género o violencia machista es que soy progresista, pero si uso violencia doméstica o violencia en el seno familiar soy de los contrarios. En la parcela independentista, hasta que Pedro Sánchez no ha aceptado el empleo de “conflicto político” y “mesa de negociación” y ha eliminado las palabras España y Constitución de su acuerdo con la izquierda soberanista catalana estos no han estado contentos: Al menos a Pedro Sánchez lo han arrastrado a su espacio lingüístico. Sabedor de la importancia del lenguaje Torra nos sigue hablando de la figura del “relator” que es su gran aportación junto a “autodeterminación” y “amnistía”. El lenguaje te mete o te saca de un determinado solar. Recientemente lo estamos viendo con Guaidó: No es lo mismo llamarle “Presidente encargado” que “líder de la oposición” porque la primera opción elimina a Maduro del espacio político legal. Además al movernos en el terreno Guaidó inconscientemente escondemos la pregunta que aclara la situación: ¿Qué es Maduro?. Hace unos días Anna Erra, diputada de JxCat afirmaba que: "Es difícil que el catalán crezca si hablamos castellano con quien por su aspecto no parece catalán". Aparte de decirte en qué idioma tienes que hablar - que manda narices - ¿Está diciendo esta señora que hay un aspecto, una fisonomía puramente catalana que permite diferenciar a los que no lo son? Afortunadamente ese nazionalismo atroz tiene enfrente a una Constitución que promueve la igualdad y la libertad de todos los españoles.

La politización del lenguaje puede llegar a una sublimación del mismo donde la imaginación se dispara a límites insospechados. Felizmente, una ciudadanía acorralada intenta de liberarse. Ante la imposición interesada agudiza el ingenio y en cierto modo lucha contra la imposición: Por ejemplo la forma "los hijos", que incluye el “os” y el “as” la quieren sustituir por "los hijos y las hijas", pero en los medios y en las redes sociales podemos encontrar nuevas grafías para lo mismo: "les hijes", "lxs hijxs", "l@s hij@s", "loas hijoas", que son formas muy similares a la de siempre e incluyen “el os - as” de toda la vida. Ingenio y economía lingüística. Detalles como estos me ayudan a confiar en que, a pesar de los muchos come cocos que existen, la sociedad civil no será dominada por un poder político ramplón e interesado.

No pretendo cargarme la política como herramienta noble de justicia social. Mi intención es solamente advertir de la dosis. En exceso, hasta el agua extermina.