Las mujeres aquí cada vez tenemos menos criaturas y parimos por primera vez a una edad más avanzada, de media 32 años, la edad de la primera maternidad más alta de todo el mundo. La precariedad laboral y de vida y los problemas de infertilidad son algunas de las causas que lo explican.

La crisis económica ha golpeado de lleno la maternidad. Como escribía en el libro Mamá desobediente. Una mirada feminista a la maternidad: ¿quién puede permitirse tener descendencia sin empleo, sin llegar a final de mes o sin poder pagar una vivienda? La maternidad de este modo deja de ser un derecho, una opción accesible a todos, y pasa a convertirse en un privilegio, en manos de aquellos que económicamente se lo pueden costear.

Desde el estallido de la crisis económica en el 2008, el número de mujeres con 35 años o más, alta cualificación, estabilidad laboral e ingresos regulares que han dado a luz ha ido en aumento. En cambio, las mujeres desempleadas o con recursos económicos inferiores han tenido menos descendientes. Lo asegura una tesis doctoral sobre el impacto de la crisis en la maternidad presentada recientemente por José Manuel Terán de Frutos en la Universidad Autónoma de Madrid. La crisis, como sostiene dicha investigación, ha dado lugar «a una severa selección socioeconómica materna», y ha frustrado los deseos reproductivos de amplios sectores de la población española e inmigrante. La maternidad no solo viene atravesada por una cuestión de género sino también de clase y raza.

Asimismo, posponer la maternidad hasta pasados los 35 años puede significar encontrarse con dificultades para lograr un embarazo. La fertilidad femenina a partir de esta edad empieza a descender de manera significativa. Y la masculina, aunque muchas veces no se dice, también se deteriora con el paso del tiempo. Crisis, precariedad e infertilidad van estrechamente cogidas de la mano. Y el problema no solo radica en la imposibilidad tener criaturas sino en tener el número que se desea. En España, se calcula que casi un 50% de las mujeres querría tener al menos dos criaturas y un 26% tres o más, cuando la media se sitúa en 1,31. Todo esto trunca proyectos de vida.

También la emergéncia climática. El deterioro ambiental golpea también la fertilidad humana. Las sustancias tóxicas que inhalamos, ingerimos o penetran nuestra piel menoscaban la fertilidad de las personas. Ahora que tanto se ha hablado del impacto en la salud del Complejo Petroquímico de Tarragona, tras su accidente, vale la pena añadir como un estudio llevado a cabo por el Instituto Marqués, en 2002, constataba que la calidad del semen de los tarraconenses es uno de los peores a escala global, y señalaba que una de las causas podía ser la exposición a productos químicos ambientales que actúan como «disruptores estrogénicos». Este informe sirvió a la organización ecologista L’Escurçó para llevar ante el juez a la industria petroquímica de la zona.

Y es que la emergencia climática acaba tanto con la fertilidad de múltiples especies animales y vegetales como con la humana. Hay un paralelismo evidente entre los problemas crecientes de fertilidad en la sociedad y la crisis ecológica global que nos afecta, como señalaba Naomi Klein en su imprescindible libro Esto lo cambia todo. De aquí que la infertilidad sea considerada, según algunos expertos, «la epidemia del siglo XXI».

La civilización actual da la espalda a la fecundidad de todos los seres vivos, incluidas las personas, valorándola y protegiéndola poco y, más allá de los problemas de reproducción humana, es responsable de la desaparición de muchas formas de vida de la biosfera.

La solución a los crecientes problemas de infertilidad no reside en generalizar los tratamientos de reproducción asistida ni en la congelación de óvulos, estos pueden ayudar en casos concretos pero no son la respuesta de fondo. Tampoco son tratamientos accesibles al conjunto de la población.

Lo que necesitamos son medidas que permitan a las personas tener criaturas cuando quieran, es decir luchar contra todo aquello que nos obliga a posponer la maternidad y mina la fertilidad, políticas que combatan la precariedad laboral y mejoren las condiciones de empleo, que pongan fin a la especulación inmobiliaria y garanticen el acceso a la vivienda, que promuevan una alimentación saludable y que frenen el cambio climático y la contaminación atmosférica.

Apostar por la vida implica apostar por políticas que cuiden del planeta y de las personas.

* Periodista