Fuiste el dios de la ópera. Adorado por tu obra. Tus fieles no se equivocan, eres uno de los grandes. Pero, como demasiados dioses, creíste que podías doblegar voluntades, que los devotos estaban a tu servicio, que tu piel tenía poder sobre otras pieles. ¡Qué mejor honor que ser ungidas por la mano de un dios!

Durante décadas, humillaste a tus víctimas porque te creíste superior. Una investigación de Associated Press desveló lo que, al parecer, era un secreto a voces. Te viste obligado a dimitir de la Ópera de Los Ángeles. Entonces llegó tu primer comunicado, una suerte de «no me di cuenta» y un «eran otros tiempos». Y humillaste, un poco más, a las víctimas.

Las investigaciones han avanzado y las pruebas son tan contundentes que te has visto obligado a hacer un segundo comunicado. Una aceptación llena de conmiseración. Una humillación para todas las mujeres. Ahora, los teatros deben considerar si te mantienen en cartel. Ya que aseguras haber «crecido a partir de esta experiencia», es el momento de centrarte en el Olimpo. Retírate. Así, seguirás en lo más alto. Y nos ahorrarás la humillación de ver al hombre.

* Escritora