Este día de Andalucía transcurre bajo la amenaza del coronavirus Covid-19. El reciente caso de infección en Sevilla, aparentemente por una transmisión local, ya veremos si en la propia Sevilla o en Málaga, lejos de los focos reconocidos en China o Italia, no hace sino aumentar la incertidumbre y el miedo a que la epidemia se extienda por nuestro país. Sea como sea, ni el miedo ni cualquier otra reacción irracional son buenos aliados para enfrentarse a los problemas. Por lo que sabemos, el nuevo virus no es más peligroso que las gripes estacionales.

Este 28 de febrero también quedará marcado como el del año del estallido del campo. El runrún de muchos años en los que los costes de producción han ido aumentando, mientras los precios de venta han hecho el recorrido inverso a la baja, se ha convertido en un estallido social llenando de tractores las autovías. Son las consecuencias de un complejísimo juego de poder, en un mercado libre pero no entre iguales, en el que siempre acaba perdiendo la parte más débil: los miles de productores desorganizados tienen las de perder frente a unos pocos distribuidores hegemónicos.

Observo este día de Andalucía desde la perspectiva de Madrid, tomando un vino y una tapa en el Cordobés, un mesón junto a la estación de Collado Villalba. Mi acento me delata cuando pido una «servesita», aunque ya no resulto exótico. Aquí hubo una fuerte inmigración de andaluces, pero hoy ha quedado desplazada por oleadas de marroquíes, rumanos y ciudadanos de la Europa del Este. No hay como vivir fuera para darse cuenta del ser andaluz, ese carácter sobre el que con tanta agudeza reflexionó Manuel Clavero. En este año en que el Gobierno de España, atrapado entre independentistas, nos está llevando hacia el peligroso territorio de la reinterpretación de los principios constitucionales, merece la pena leer su libro, que precisamente lleva por título El ser andaluz.

El 28 de febrero, y a pesar de todos los pesares, debe ser un día de encuentro y celebración. Una sociedad no tiene sentido ni futuro si no prevalecen las fuerzas integradoras. Para ello es necesario disponer de proyectos comunes y coherentes que reúnan a todos los ciudadanos. No es fácil encontrar proyectos integradores con los que todos nos sintamos identificados. Un proyecto de sociedad debe hacernos sentir parte de él, convencernos de que tendremos un papel importante y nos permitirá vivir con dignidad. Qué menos que un trabajo y una vivienda dignos.

Aunque menos relevantes que los proyectos políticos en común, también tienen su importancia los símbolos y los gestos. Algo como la celebración de nuestro día y el reconocimiento de los valores universales en personas e instituciones que pueden inspirarnos a todos. Nuestro nuevo Gobierno andaluz ha sabido ver, como cabía esperar de cualquier gobierno, la importancia de los Hijos Predilectos y las Medallas de Andalucía para fortalecer nuestro proyecto, procurando no olvidarse de nadie. El periodista Antonio Burgos y el torero Curro Romero han sido reconocidos como Hijos Predilectos de Andalucía. Como novedad de este año se concede la Medalla de Andalucía Manuel Clavero que, en esta primera ocasión, ha sido para el socialista Rafael Escuredo, presidente de la Junta de Andalucía entre 1979 y 1984.

Las Medallas de Andalucía 2020 reconocen también a otras nueve personas y entidades andaluzas de todos los campos, desde el deporte a la ciencia, las artes y la empresa: María Castellano, Antonio de la Torre, Vanesa Martín, Joaquín Sánchez, Real Maestranza de Caballería de Sevilla, André Azoulay, la empresa Verdita, el Instituto de Astrofísica de Andalucía, SICAB y la Real Sociedad de Carreras de Caballos de Sanlúcar de Barrameda, Montserrat Zamorano, Ana Bella, y la Legión Española. Todos ellos son parte de Andalucía. Así debe ser, sin exclusiones. La nueva Andalucía, los nuevos andaluces, deberíamos compartir el respeto y el deseo de construir en común sin aspavientos ni estridencias. El tiempo verá lo que seremos.

* Profesor de la UCO