Qué hermosa es la puesta de sol, con el horizonte sangrante, en el Bramadero de Pedroche. El Tío Rafael me dice que el campo está como nunca de adelantado, en un febrero raro; aunque hace falta mucha agua, el tempero está perfecto para para pasear. Caminamos durante horas por el centenario encinar de Los Pedroches y el octogenario dicharachero, arraigado en la tierra, me habla con la sapiencia que los ancestros, del llano y de la Sierra. Hay que ver lo que sabe de cada pedazo de terruño, de la bellota y los pastos; con distingos de agrónomo avezado, del tiempo y los vientos en los cuatro cardinales. Me habla de la sementera y la producción en fanegas, del ganado de antaño y las modernización con la COVAP, ha trasformado el oficio. Lo de ahora ya no tiene nada que ver con lo de antes, me dice con sentimiento encontrado: de chiquitín pasaba las horas con la piara, y ganábamos ni para comer; y en la actualidad el cochino se vende en Europa y América...; y hasta en China; el ibérico vale su precio en oro en la tienda...a quienes lo compran.

A poco más de cien kilómetros a la redonda -sentencia Rafael- el paisaje es bien distinto. La actividad es otra y muy diferentes los avatares del trabajo. El mundo del olivar, que también conoce, dista en forma y contenido, aunque los grandes emporios del negocio están más al sur, en las campiñas de Córdoba y Jaén, capitales del mundo en el negocio del aceite. Como dicen las guías turísticas al uso, constituyen el paraíso del oro verde. Antaño también tuvo su historia, en los fueros del sacrificio inhumano, quedando aún vestigios grandes de aquel mundo, que rezuma entre flecos deshilachados de la modernización del sector. Como bien dice, ahora pervive el olivar doméstico de antaño, el edulcorado olivar ecológico, revestido de galas, y el gigantismo de sector de imponente comercialización. En Andújar y La Campiña cordobesa dibujan los olivares pespuntes inmensos de belleza simétrica, con planteles organizados a la sazón de un geometrismo complaciente, que en el tajo de la faena se traduce, sin duda, en infinitas jornadas de trabajo. En la mirada del turista resulta una belleza inconmensurable, evocadora de inmediato del cancionero tradicional, tan afectado de pasión y dolor, como el sentir del poeta universal de Orihuela (Andaluces de Jaén...aceituneros altivos). Carmen, la mujer de Rafael, es de tierra de olivos. Tiene el nombre más prolífico de su tierra, y será por el mar inmenso de olivares; con no poca afectación me afirma que hay que conocer el tajo para conocer de veras el oficio, el paisaje y la Historia. Seguro que es verdad. Me recuerda con retintín, acaso al requiebro de la cuestión de género, que las olivareras han demostrado con creces su valor...,su peso en oro, porque suyo ha sido el mayor sacrificio; porque con sus manos nervudas y las yemas ensangrentadas de los dedos han tocado el cielo. Dolor y gloria: han visto nacer y ponerse el sol, al arrimo de una candela, revestidas de dignidad y esperanza. Tanto trabajo y tanto esfuerzo -me dice- para poder llevar un mendrugo a la boca de los hijos. Esa era nuestra vida, y no había otra cosa. Pero oiga (…), también con jolgorio y alegría, con las faneguerías al quite de las tristezas: porque cantábamos y bailábamos, bebíamos , amábamos y nos divertíamos con cuatro cosas. Hoy las máquinas han cambiado el campo, y a los cortijos vamos a descansar, me dice con desquite y un cierto resarcimiento por lo de antaño.

El maravilloso mundo de la vid, el plantío infinito de emparrados...

Al otro lado de Andalucía, frente al olivar y en apacible hermanamiento (a veces), se presenta ante mis ojos el maravilloso mundo de la vid. Nadie puede quedar impasible ante un plantío infinito de emparrados que lleva al horizonte dejándote sin respiración. Caminando sin tasa comprendes muy bien que tanta belleza lleva aparejado un mundo inhóspito de sacrifico y dedicación. El mundo del trabajo de la gente humilde, porque el de los patronos y propietarios (con nombres extranjeros...) era muy distinto. En la planicie inmensa del valle del Guadalquivir, en su derrama hacia el sur, el sol te emborracha de tal manera que te hace perder el sentido. Cuanta historia y cuántas vidas han estado al retortero del caldo del Dios Baco. Desde las cuitas de los romanos se firmó sentencia en esta tierra para enraizar cultivos y labores. Nadie como Andalucía, me dice mi amigo de Montilla, para desplegar la variedad de caldos y licores con el rezumo del tiempo y de la tierra; nada ni nadie como el vino forjar una economía tan grande al arrimo de este cultivo; una inmensa cultura tal inmensa en fiesta, lengua y tradiciones.

Aquello es el mar, el tajo de la pesca y los sempiternos desaliños de los barcos y las redes

Qué distinto es, pienso en mis adentros, el trajín y paisaje que el verano pasado me enseñaron Quique y Mónica en Barbate. Aquello es el mar, el tajo de la pesca y los sempiternos desaliños de los barcos y las redes. Tienen en común con tierra adentro el peaje del sacrificio a espuertas, pero ellos me hablan de cosas bien distintas y distantes: de sus salidas nocturnas a deshoras; de a la llamada improvisada del patrón, con la incertidumbre siempre de no saber muy bien donde navegas, ni que vas a pescar; en esa opacidad de los adentros del mar, donde en silencio y la noche templan a espíritu más atrevido. Cuando este joven aguerrido se calla, pensando los requiebros del oficio, se me pone la carne de gallina; su mujer asiente con el mismo silencio y la mirada queda hacia el horizonte. No sabes lo que espera, me dicen. Las salidas nocturnas están siempre sembradas de incertidumbre ahí adentro; lo haces porque es tu oficio, y no tienes más remedio, pero eso hay que vivirlo a diario: la soledad toda; las tormentas y los hielos del amanecer; las vueltas de vacío y los desaliños del oficio; los quebraderos de cabeza de las normas comunitarias de las aguas, las tasas del pescado, etc. Con qué contundencia me retrata el trajín indescriptible del manejo del Arte -que un servidor ignora completamente-, que puede llevarte las manos en cualquier momento, o la pesada descarga de la pesca de regreso; cuando la suerte está de tu lado. Tienes días de todo, me dicen, pero muchos más de poco y nada que de alegrías. Bastantes días a la semana te vas a casa con lo puesto; con un poco de suerte, me dice avergonzado, puedes despistar al patrón metiendo cuatro piezas entre los botos, para que Mónica haga la cena y se contente sin perder el optimismo. Eso no lo ve la gente que compra en el supermercado, ni lo que nos paga el patrón por tener todos los días el pecho encogido…; y vete al Merca de Madrid, donde comen por la mañana lo más fresco y miras como lo pagan...Ah, a mi amigo le salen rayos en la mirada, a pesar de su templanza. Hoy es día de descanso y pasean como dos turistas, como riéndose del destino; y se emocionan contándome sus vidas. Con toda esa calamidad que me retratan, sin embargo, sus palabras están sembradas de un amor infinito al mar que les ahoga, al sol que ahora ilumina Apolo en su retirada. Todas sus vidas, y de sus antepasados, están pegadas a la mar; y lo están sus casas y sus pueblos; y la luz del sol y el rumor de los barcos runruneando en el puerto.

En el contrapunto de esta incertidumbre placen, en roquedo agreste de las Alpujarras granadinas, Martina y Sebastián. Aquí no hay prisas, señor, pero trabajo no falta, me dice la septuagenaria: los animalitos tienen que salir a comer todos los días; y las cabras son ariscas y montesinas..., no paran y comen de todo. Ahora se gana más que antes, pero aquí no te haces rica. Pero se vive bien: tocas con las yemas de los dedos el cielo, y ante tus ojos tienes los colores más bonitos de la tierra, el verde de los pastos y las nieves de los picachos de enfrente. Esta es la Andalucía que me gusta.

* Doctor por la Universidad de Salamanca