La bibliografía sobre la historia de los nacionalismos europeos es muy amplia. También contamos con investigaciones acerca de cómo se han insertado, o no, los nacionalismos en nuestro actual modelo autonómico, así de 2018 es la obra coordinada por Isidro Sepúlveda: Nación y nacionalismos en la España de las autonomías. Razones de oportunidad me llevan a recordar al periodista francés Jean Daniel, fallecido la semana pasada, autor, entre otros libros, del titulado Viaje al fondo de la Nación, publicado en 1995. Entre otras consideraciones sobre los nacionalismos, recoge la del sociólogo estadounidense Alan Bloom acerca de que, tras la desaparición del mundo comunista en Europa, el porvenir era el fascismo, y para sostenerlo se acogía a varias señales anunciadoras, que nos resultan muy familiares en la coyuntura presente: «populismo autoritario en Rusia; regeneración de los mitos nacionales en Europa; oscurantismo en África; integrismo en el islam; desconfianza de la modernidad en Estados Unidos». Resulta sorprendente que esos indicadores aún los podamos usar hoy, como a comienzos de los 90 del pasado siglo, cuando además se hace patente la presencia de movimientos de ultraderecha en varios países europeos, entre ellos el nuestro. El libro de Daniel no es un ensayo, sino que él lo denomina un paseo, «alternativamente crispado y deslumbrado, en torno a la idea de nación», y siempre lleno de recuerdos personales. Pero si he vuelto sobre esa obra y me acerco hoy a la cuestión de los nacionalismos, no solo es debido a la muerte del autor, sino porque me parecía que el tema entroncaba con la proximidad del Día de Andalucía, si bien entiendo que no es el momento para entrar en el debate acerca de la posible consideración de Andalucía como nación.

Tras la conversación que mantiene en un viaje junto al líder argelino Ahmed Ben Bella, el periodista galo hacía la siguiente afirmación: «La Historia se construye con símbolos y con mitos». En realidad es al revés, son los símbolos los que se construyen a partir de la historia, mientras que los mitos pertenecen a otra categoría. Hace unos meses, en estas páginas, hice una reivindicación de la historia de Andalucía, gracias a la cual hoy contamos con unos símbolos de lo que fue nuestro pasado que contribuyen a la formación de nuestra conciencia como ciudadanos. La fecha del 28 de febrero es un símbolo del pasado reciente de Andalucía, entre otras cosas por la manera en que se desarrolló aquel referéndum, cuando el gobierno de UCD y la derecha se negaron a que Andalucía diera el paso necesario para acceder a la autonomía por la vía establecida en el artículo 151 de la Constitución. Por ello no deja de ser sorprendente que desde el PP se sumen de manera tan entusiasta al recuerdo de aquella fecha, y que incluso reivindiquen, como pude leer en este diario el pasado domingo, que el suyo es un «andalucismo real» o un «nuevo andalucismo», incluso se atreven a definirlo como «el de Juanma Moreno», del cual ignorábamos hasta ahora esa vinculación a una corriente que Antonio Machado definió de modo tan irónico en Juan de Mairena.

Pasados cuarenta años sería conveniente hacer un balance serio de qué ha cambiado en Andalucía, qué logros y qué fracasos ha habido, qué se ha hecho y qué se ha dejado de hacer, en qué situación encontramos algunos de los problemas que en 1980 considerábamos estructurales y, en especial, qué grado de implicación y de participación tendremos los andaluces en la planificación de nuestro futuro, ahora que se supone que ya conocemos el pasado. Para que cuando nos pregunten qué es Andalucía para nosotros, podamos responder, al igual que Luis Cernuda, con una palabra: «felicidad», aunque dijera a continuación que eso solo era «una obsesión de poeta».

* Historiador