He de reconocer que no me ha sorprendido leer la carta al director de D. Francisco Solano Márquez publicada en este diario el día veinticuatro de enero pasado, en la que me afeaba la crítica que había firmado unos días antes sobre la actuación del jovencísimo chelista Pedro Fernández. No me ha sorprendido porque la cuestión que plantea el Sr. Solano no me es ajena: no es la primera vez que, ante una actuación de un joven intérprete de la que no puedo hablar bien, me planteo la pregunta de hasta qué punto el rasero debe ser el mismo que en el resto de los conciertos de abono. Desde ese punto de vista entiendo el disenso como si fuera mío. Sin embargo, en ninguna de las ocasiones en las que he reflexionado sobre este asunto he encontrado un argumento de mayor peso que el siguiente: no estamos en un concierto de un conservatorio ni un festival de jóvenes solistas, sino ante un concierto de abono, en el que actúan profesionales ante un público que adquirió su entrada por esa razón. No es difícil suponer que resulta muy desagradable redactar una crítica que incide en los aspectos peyorativos de una actuación, ni que la sensación se agrava si se trata de un joven intérprete, pero creo que no sería honesto -ni ante los músicos ni ante el público- cambiar de rasero según quién sea el intérprete a cambio de un fácil pero injusto «confort interior».

En cualquier caso y a pesar de nuestra diferencia de opinión, le agradezco que se haya tomado la molestia de leer mi artículo y de manifestar su desacuerdo de forma respetuosa.