Guillermo Busutil es una máquina de amar la literatura y la vida. Quizá por eso y muchas otras cosas me reconozco en él, en ese brío de hierro. Quizá por eso siempre he encontrado intacta, entre sus páginas de abrazo, su pulso entre la fascinación de escribir y el ritmo de tejidos que nos nutren por dentro. Porque la buena literatura, querido Guillermo, si se sabe beber, es el primer sorbo sideral de un dry martini leído sin la máscara de Bogart, pero con la pasión de existir. Estos días ha pasado por Córdoba presentando su libro La cultura, querido Robinson, editado por Fórcola, en la librería La República de las Letras. El acto ha estado organizado por la Asociación Cultural Mucho Cuento, que tanto hace por revitalizar esa narrativa de lo intenso en su extensión breve, en diálogo con el poeta y escritor Antonio Luis Ginés. Una buena tarde, y en un sitio especial, una Gotham Book Mart de Nueva York o Shakespeare and Company en París, que acoge a los escritores y a quienes los escuchan, y deja siempre un íntimo recuerdo en las manos pequeñas que se estrenan tocando su primer libro. Pero no es un primer libro, ni tampoco relatos -en los que Busutil es un exigente prosista, porque guarda, además, un uppercut letal ese cuadrilátero de geografías mínimas-, lo que ahora nos presenta, sino una recopilación de artículos sobre cultura en su mayor espectro. Los seguidores de Guillermo reconocerán estos textos, porque se han publicado en La Opinión de Málaga y en la extinta y recordada revista Mercurio, en su etapa final en la Fundación José Manuel Lara, de la que fue director. Sin embargo, la pulcritud de las piezas, contempladas con su imprescindible autonomía en el día de su publicación, ganan otra lectura de conjunto en La cultura, querido Robinson. Así, reconociendo el origen de los artículos, aquí también la unión hace la fuerza. De eso va además este libro: del ensamblaje necesario frente a la extinción del mundo que hemos amado, que amamos todavía al defender sus cenizas.

La gran literatura, el excelente periodismo cultural que se ha hecho siempre en provincias -del que es muy buen ejemplo, de altura y exigencia, Cuadernos del Sur, el suplemento de CORDOBA-, los comisariados de exposiciones de arte, los mitos del cine, la literatura de vanguardia, la poesía, son asuntos cruciales que se anudan en La cultura, querido Robinson, contemplados como un grito de guerra ante la desolación que a veces nos arrasa, que va dejando atrás nuestra sal de la tierra y también nuestra música de baile. Esto lo destaca ampliamente Antonio Muñoz Molina en su brillante prólogo, además de la clave generacional del libro, que contiene entrevistas al mismo Muñoz Molina, a Elvira Lindo o a Javier Marías. Siguiendo su planteamiento, el de esa lectura generacional de La cultura, querido Robinson, hablamos de la gente que trabajó y vivió, que amó y soñó durante el tránsito de la dictadura a la democracia, pero que ahora contempla el derrumbe de los edificios del saber, con su luz de misterio, construidos entonces. Hablamos de la época de los grandes suplementos de los periódicos, y también de la edad de los grandes periódicos. Hablamos de aquellos mediodías en que uno se iba a una terraza con todas o casi todas las cabeceras, enlazando lecturas de dominicales mientras se pedía una cerveza. Hablamos de una forma de vivir que hoy nos parece un canto de sirenas que ya no volverá.

De la reivindicación de ese tiempo, pero también de la defensa convencida de sus últimos y aún refulgentes vestigios, nos habla La cultura, querido Robinson. Estamos ante el volumen de un consumado prosista, como ya ha demostrado en sus excelentes libros de relatos Drugstore o Vidas prometidas. Pero no estamos solo en el dulce misterio de vivir o morir -lo que no sería poco-, sino ante la denuncia del bombardeo mercantil y administrativo de un mundo que fue, como El mundo de ayer, de Stefan Zweig, un lugar mejor. Pero Guillermo Busutil, como quien les escribe, no se rinde. Siempre ha tenido buen juego de pies y es único cuadrando los tubos en la mesa en las noches de un cálido verano sin iguanas ni ebriedades turbias, antes de que comiencen a volar por los aires. Porque su territorio es esta lucha entre el ardor y el mar, con esos claroscuros de la realidad que nos marcan a fuego antes del gran silencio. Estamos ante un escritor sólido que se sigue tentando en su exigencia y que ahora nos regala un libro magnífico, su aventura, estas islas hermosas con sus sueños a la deriva.

* Escritor