Se están celebrando en Córdoba las II Jornadas Universitarias sobre empresas y derechos humanos, dedicadas esta vez a los derechos de las mujeres.

El título original encierra para mi una frase afirmativa que, por obvia, no me dejó indiferente: «Los derechos de las mujeres son derechos humanos». Pues solo faltaba, pensé. Pero la realidad es que aunque a primera vista pudiera resultar evidente, tras oír la primera ponencia que se impartió bajo ese título, llegué a la conclusión de que no siempre lo obvio es real.

Hubo también ayer una mesa redonda sobre transnacionalidad, trabajo y género y durante esta mañana se tratará sobre la situación de las mujeres inmigrantes en el mundo laboral y la discriminación por razón de género en las empresas. Esas brechas de diversa índole que muchos niegan y a otras las engullen.

Precisamente esta semana, en el día internacional de la igualdad salarial, se han publicado tristes titulares que señalaban como en Córdoba las mujeres cobran bastante menos que los hombres, habiendo aumentado la brecha salarial hasta alcanzar un 23%, mientras que en el resto de España ha bajado. Otras veces lo real no es tan obvio.

Estando igual o mejor cualificadas, existe una barrera invisible que nos impide optar a lo más alto en las instituciones, la cultura, la ciencia, el deporte o las empresas. La igualdad de oportunidades y trato, sin distinción por cuestión de género, es uno de los valores fundamentales de la Unión Europea, así que reclamar una ley de igualdad salarial, que además recoja medidas que concilien eficientemente la maternidad con el trabajo resulta de justicia.

Hasta que se descubra la fórmula mágica por la que los hombres puedan «quedar», «ser» o «estar» embarazados durante nueve meses, con todas las complicaciones que ello pueda suponer( y no cito las náuseas, los vomitos, los cambios hormonales, los kilos, el cansancio y los dolores con los que hay que trabajar cada día, como si nada ) y seamos nosotras las llamadas a ello, es justa cualquier ayuda.

Siempre he dicho que uno de los grandes privilegios de mi género es sentir la vida en tu interior y disfrutar de la maternidad desde el minuto uno del embarazo, pero sin desconocer lo duro que puede llegar a ser conciliar privilegio y trabajo. Si ese privilegio fuera masculino apuesto a que estarían normalizadas medidas que hicieran posible vivirlo sin miedo a perder el trabajo, a no progresar en él, o a no tener que elegir entre ser buena madre y mala profesional, o lo contrario.

De nuevo me hallo hablando de algo obvio, aunque esta vez muy real.

* Abogada