La política española está en fase de duda hamletiana, algunos se preguntan qué quieren ser de mayores y otros cómo quieren llegar a viejos. Ahora que hay gobierno y se ha puesto en marcha el engranaje institucional, es cuando los partidos deben escoger su papel. Esta legislatura ofrece un escenario inédito, hay dos partidos de izquierdas en el Gobierno y una oposición de derechas que se disputa ferozmente el terreno. En este contexto se ha de entender la falta de resultados del encuentro de Sánchez y Casado en la Moncloa. La mayoría parlamentaria que sostiene al Gobierno es muy frágil y necesitan mayorías cualificadas para abordar reformas institucionales como la renovación del CGPJ, sobre todo. «Aquí no sobra nadie, ni siquiera la oposición», reconoce Sánchez, así que después de dos meses sin llamar a Casado y cinco sin reunirse, Sánchez lo citó en la Moncloa para regalarle la foto de jefe de la oposición. Casado ha ido «por respeto institucional» y para decirle a Sánchez que si quiere renovar las instituciones renuncie a sus políticas. El PP presume de ser un partido de Estado, pero es más un partido de gobierno, porque o gobiernan ellos o se dedican al bloqueo, lo que Sánchez llama «tener mal perder». La situación está muy verde para los acuerdos. Estamos a dos meses de las elecciones en Euskadi y Galicia, donde Cs y Vox no han logrado representación parlamentaria en las dos últimas elecciones generales. Núñez Feijóo se juega la presidencia de la Xunta, dice que no piensa ser rehén de nadie, «ni de mi partido», y se lanza a una precampaña personalista sin siglas. El PP es transversal en Galicia, pero está políticamente aislado, así que necesita mayoría absoluta para gobernar. Si Feijóo consigue su cuarta mayoría absoluta, es difícil que ponga su capital político al servicio de alguien que no sea él mismo.

En Euskadi la situación del PP es agónica, y derechizar el discurso es más un problema que una solución. Quizá por eso Génova ha aceptado a regañadientes a un candidato sorayista moderado, como Alfonso Alonso, que ya ha advertido a Cs que si quieren pacto se abstengan de criticar el concierto vasco. Esta semana acaba el plazo. Inés Arrimadas se afana en lograr la respiración asistida de un pacto electoral, por eso ha forzado la reunión con Casado, para escenificar al menos la voluntad de ir juntos.

Será la legislatura más territorial de nuestra historia reciente, con la crisis en Cataluña y la tensión entre la España vaciada y la España urbanita. Haría bien Casado en asumir que el bloqueo de la renovación de las instituciones no es hacer política. Difícil su dilema, porque tanto si opta por una oposición útil como por una oposición bronca, Sánchez puede ser el beneficiado.

* Periodista