Hoy Alcaracejos, el pueblo que nos saluda cuando llegamos a Los Pedroches, nos va a transportar a los tiempos en que los niños llorábamos por un cacho pan con aceite y azúcar, y en la escuela nos daban la leche en polvo y el queso amarillo de los americanos; cuando los muchachos chicos vestíamos calzón corto, no existía la segunda realidad -la de la pantalla del móvil--, no había masterchef junior y en Córdoba capital no vivían 107.000 perros censados y necesitados de parques sino, a lo sumo, miles de chuchos callejeros que se ganaban, por sí solos, la vida. La matanza de Alcaracejos nos transporta a la realidad del pasado siglo, el XX, en el que constatamos una diferencia de millones de años luz con este tiempo nuestro del siglo XXI en el que vivimos una doble realidad a través del teléfono móvil o del smartphone, ese ordenador que la civilización nos ha colocado en el bolsillo y que ha puesto una distancia casi infinita entre aquellos años en los que tomábamos café y un bocata de lomo en El Control y estos, en que un semáforo cansino nos confirma que el bar ya está cerrado desde hace tiempo. Es tanta la diferencia entre aquellos tiempos de cochinos de gruñidos mañaneros ante la muerte al lado del pozo en tu corral y estos en que se sacrifica al cerdo fuera de escena para que el turismo no se sienta mal que empiezas a pensar si en este siglo XXI nos tocará, por principio, representar como en piezas de teatro creíbles todo lo que vivimos aquellos años en que nuestros padres se ganaban la vida, aunque fuera con colesterol del bueno, sacrificando marranos. Seguro que el turismo, que es de lo que vivimos y lo que dice Fitur, un día me hará representar cómo se hacía un reportaje sobre las drogas en las casas portátiles de Las Moreras, huyendo de quienes le querían robar el carrete al fotógrafo, aunque para mi memoria siempre perdurarán aquellas mañanas de invierno en las que al lado del pozo de mi corral olía a aguardiente y a piel de cochino ardiendo; la primera realidad de aquel tiempo sin móviles en el que --creo que afortunadamente—no había masterchef junior y la mejor gastronomía estaba en las tripas de las morcillas y chorizos. Como hoy lo estará en Alcaracejos.