Robert Shrimley expresaba en el Financial Times su sorpresa porque tras la gran derrota de Jeremy Corbyn, la peor del Labour desde 1935, el partido no busque un nuevo Tony Blair, que ganó tres elecciones. Shrimley no apuntaba tanto al Blair liberal sino a su carácter, «dispuesto a todo para ganar, que entendía que sin llegar al poder el Labour solo ofrecía buenas intenciones».

Este empeño en alcanzar el poder es una característica -que muchos atacan- de Pedro Sánchez. Y es que, contra lo que acaba de decir Pablo Casado, Sánchez no es «un hombre de paja del nacionalismo». Ni de nadie. Su único norte ha sido liderar el viejo PSOE -mutilado tras que a Zapatero le explotara en la cara la crisis del 2008- y reconquistar la Moncloa. Ganó sus primeras primarias en el PSOE, siendo casi un desconocido, contra el oficialismo de Ferraz y con el apoyo de Susana Díaz. Luego rechazó ser el hombre de paja de Susana Díaz, o del PSOE tradicional.

Primera investidura fallida

Tras las elecciones del 2015 y con un resultado muy regular (90 escaños) intentó su primera investidura fallida, pactando con Rivera y esperando que Iglesias no le vetara. Luego fue defenestrado por el PSOE convencional tras negarse a facilitar la investidura de Rajoy a finales del 2016. Parecía enterrado, pero resucitó en las primarias del 2017 ganando con estruendo a Susana Díaz. Y en junio del 2018 aprovechó la sentencia Gürtel para ser investido presidente en una moción de censura que fue un voto contra el PP de Rajoy. Pero a primeros del 2019 tuvo que convocar elecciones tras que ERC, JxCat y toda la derecha tumbaran sus presupuestos.

Ganó con brillantez las elecciones de abril (123 diputados), pero lejos de la mayoría absoluta. No pudo formar Gobierno porque se negó a la coalición con Podemos que creía inconveniente. Volvió a ganar (con tres escaños menos) en noviembre y ahora tras un pacto exprés con Iglesias, una entente con el pragmático PNV y un tortuoso cortejo con ERC ha sido investido con un margen mínimo. Sánchez no es un hombre de paja, sino un político ambicioso que no quiere ni despegarse de sus bases ni renunciar a gobernar.

Tiene en contra a toda la derecha. Pero, investido, es casi imposible echarlo. Salvo que dimita (a primeros del 2019 lo hizo esperando tener más fuerza). Ahora tendrá que sufrir un matrimonio de conveniencias con ERC, sacar unos Presupuestos, sobrevivir sin decepcionar… Más tarde, trabajar el deshielo entre la izquierda y el PP. Misión imposible, pero obligada si quiere normalizar la vida política y hacer cosas para las que necesita mayorías muy cualificadas.

Antes tiene que formar Gobierno y encontrar un ministro de Justicia (y un fiscal general) que puedan 'resetear' (sin sublevar) a la Justicia española, en trance difícil desde que Luxemburgo ha sentenciado que Puigdemont y Junqueras son eurodiputados. Y además Junqueras ha sido elegido vicepresidente del grupo de los Verdes.

Felipe VI le ha dicho este miércoles que, después de tan larga espera, el dolor vendrá después. Sánchez lo palpa. Pero no quiere morir en el intento.

* Periodista