Es un misterio; o uno está viviendo una crisis paranoica o es fruto del azar. Pero es un hecho palmario, que desde el pasado mes de junio para acá me he visto obligado a tener que hacer hasta siete denuncias a empresas u organismos públicos que, por su acción u omisión, me han perjudicado como ciudadano en su vertiente individual o social. Esto provocó que en su momento cursara las correspondientes reclamaciones, alguna solo verbal, a los entes implicados. Ya he comprendido que este no es el medio idóneo para detallar la situación de estos litigios. Quizá sea más conveniente divulgarla en una especie de libro u opúsculo para que se enteren al menos los amigos/as que me leen y me animan a continuar con mi vocación periodística. Creo que se admitirá, que por el momento pueda expresar brevemente en qué consisten estos. Se trata de la falta de atención o fraude en su caso, por parte de una operadora de telecomunicaciones, una multinacional de productos de consumo, un banco, una empresa municipal, un ente postal, una empresa pública ferroviaria, y, por último, la Biblioteca Central Municipal.

De entrada, debo confesarme como un adicto a la lectura; ¡vamos!, que a pesar de la profesión técnica que he desarrollado durante mi vida laboral, no he sido capaz de renunciar a estar adscrito de por vida a la Galaxia Gútemberg. En ese cosmos he gravitado sucesivamente alrededor de las bibliotecas de mi entorno. Empezando de muy joven, por las antiguas biblioteca municipal y provincial, ambas situadas a uno y otro lado de la calle Capitulares de Córdoba, hasta las actuales Biblioteca Central y la de la Junta de Andalucía, pasando por las universitarias y la Biblioteca Nacional de Madrid. A su vez, las librerías ( la Luque de la calle Gondomar, Ágora en Antonio Maura, y las de antiguo de la calle Diario de Córdoba y de la Corredera) en Córdoba y las de (Espasa Calpe de la Gran Vía, la Felipa en la calle Libreros del barrio de San Bernardo, y las de antiguo de la calle Fuencarral y las de la Cuesta de Moyano) en Madrid, han sido mis satélites siempre presentes, junto a las revistas (Triunfo, Cuadernos para el Diálogo, Mundo Obrero, Alfalfa), periódicos diarios (Diario CÓRDOBA, Diario Madrid, Informaciones, La Voz de Córdoba, El País, Liberación). Los folletos y documentos políticos, que, como fugaces meteoritos, me han alumbrado a veces en este viaje sideral en el espacio infinito, que citaba Borges en La biblioteca de Babel, que es la vida.

Lo que me ocurrió

Pues bien, en todo este recorrido entre libros y bibliotecas, nunca me había sucedido ni presenciado lo que me ha tenido inquieto y disconforme durante varios meses. Mi consulta diaria de prensa comienza con la lectura matinal por Internet del Diario CÓRDOBA. No obstante, algunas veces lo compro en quioscos o bien, lo leo en la Biblioteca Central o en la del Centro Cívico Fuensanta al volver al barrio, en las que puedo ojear otros periódicos.

Lo sorprendente fue, que, desde aproximadamente a final de septiembre, cuando llegaba a partir de las once de la mañana, siempre estaba desaparecido el CÓRDOBA de la Central. No estaba en los soportes metálicos dispuestos ad hoc para los del día, ni tampoco en los armarios donde se alojan los de fechas anteriores. Por supuesto, tampoco hacían uso de él los lectores sentados en el entorno de la hemeroteca. Después de buscarlo en las mesas de lectura cercanas tampoco lo encontraba. Ante mi reclamación verbal a los funcionarios y al directos varias veces, me respondían que era imposible controlar que la prensa no se sacase de la hemeroteca, pues el acceso y la lectura era libre en todo el recinto de la biblioteca. Ante estas respuestas y tras sucesivas reclamaciones sin resultado, decidí iniciar pesquisas por mi cuenta recorriendo todas las salas de lectura, salas de audición y ordenadores, biblioteca infantil, patios e incluso baños masculinos de la biblioteca, sin encontrar el CÓRDOBA. Pasaron más de dos meses que continuaba el problema. Entonces intenté continuar mi investigación utilizando la lógica deductiva, cual Sherlock Holmes, que con solo estrechar la mano a un individuo sabía que había estado en la India o por una mancha de pintura en la punta de un tornillo, que habían matado a alguien.

Mi conclusión. Averigüé que el periódico siempre estaba al otro día visible para su archivo, por lo cual era posible que, mientras tanto, estuviera en una oficina o despacho interno. La verdad es que llegué a pensar que el CÓRDOBA lo secuestraba alguien de la plantilla de la biblioteca y que yo, que permanecía en ella una hora cuando más, no podría averiguar el enigma. Aun desanimado, un día me encontré a Miss X, una conocida desde muchos años que trabajaba allí y no estaba enterada, y le comenté el enigma. A las dos semanas me confirmó la detección y solución del problema. Resulta que una tarde, estando ella en la mesa de control de material audiovisual de la planta primera, al levantarse y salir, vio que un señor de edad que era asiduo a la Biblioteca Central manipulaba y trasteaba en los libros de un anaquel. Por su experiencia conocía que él no estaba habitualmente interesado en ese tipo de libros. Puesto en conocimiento del guarda jurado se aclaró todo. ¡Detrás de los libros estaba escondido el diario CÓRDOBA, que un amigo después de leerlo por la mañana siempre se lo reservaba allí!

* Ingeniero de Grado en Telecomunicaciones