La Cumbre del Clima de Madrid finalizó con un llamamiento a incrementar la ambición y el esfuerzo en 2020. La COP25 de la ONU no ha logrado sus principales objetivos, ni el desarrollo del articulo 6 del Acuerdo de París que regulará los mercados de emisiones de CO2, ni un mayor compromiso en la reducción de emisiones globales.

Al margen de tan magros resultados, uno de los aspectos más llamativos de la reunión ha sido la constatación de la aparición de una grieta en el seno de la comunidad comprometida con la lucha contra el cambio climático. Inspirándome en un wéstern clásico, diría que dicha fisura refleja una creciente tensión entre los guerreros de la tribu y su consejo de ancianos.

Los primeros, bajo el doble lema de ambición y acción, han sido los principales protagonistas del primer acto de la COP25, desarrollado de forma festiva, en ocasiones con una participación masiva y siempre contando con un amplio respaldo mediático. Los segundos, protagonistas del decisivo acto final, han cargado con la responsabilidad de filtrar los deseos de los primeros por el tamiz de la variada realidad socioeconómica y política de los países participantes en la cumbre. Su tarea, ardua e ingrata, ha consistido en una interminable maratón de complicadas negociaciones, celebradas de forma anodina entre bastidores, lejos de los focos de la prensa y bajo la presión de la desconfianza de los más radicales e impacientes.

En realidad, ambos colectivos afrontan el desafío desde aproximaciones muy diferentes. Los activistas y los más jóvenes exigen no solo acción, sino también soluciones inmediatas. Argumentan que estamos ante una situación de emergencia climática, muy cerca ya del punto de no retorno y de perder totalmente el control de la situación. Se trata de un relato muy emocional que, con la ayuda de las modernas tecnologías de la información, cala fácilmente en una población ya impactada por las primeras manifestaciones de los efectos del cambio climático.

Sin embargo, a sabiendas o no, se olvidan que la solución inmediata que exigen pasa por un cambio radical del actual modelo socioeconómico basado en un crecimiento económico y demográfico sostenido. Una auténtica revolución, inasumible para cerca del 75% de la población del planeta que aspira a mejorar su nivel de vida, acercándolo al de los países desarrollados.

Por otro lado, frente a las exigencias de utópicas soluciones inmediatas, muchos de los representantes gubernamentales consideran, sin por ello subestimar la gravedad de la situación, que todavía estamos a tiempo de afrontar con éxito el desafío del cambio climático, siempre que en el transcurso de las próximas décadas el mundo sea capaz de avanzar a marchas forzadas por la senda de una transición energética innovadora y socialmente justa. Una transición plagada de dificultades de todo tipo y que, contrariamente a lo que el mundo desea, no será ni fácil, ni rápida. Lo acontecido en la COP25 sería una buena prueba de ello.

* Catedrático de la Facultad de Ciencias de la Tierra de la UB