Los que nacimos en la entraña cronológica del franquismo (años cincuenta); los que vivimos forjados entre el nacional-catolicismo y los mensajes del NO-DO; los mismos que alcanzamos nuestra madurez de raciocinio en los últimos años de la dictadura, nosotros, tuvimos en nuestra andadura vital algunos axiomas que considerábamos sólidamente cimentados. Para nosotros era más que irrefutable que la referencia más cercana y cierta a la democracia no era otra que la Segunda República, con lo que, en aquellos momentos, la identidad República-libertad-democracia se contraponía a la filiación franquismo-dictadura-monarquía, conjunto ideológico éste que se consideraba como una prolongación de los regímenes fascistas.

Pero el calificativo («fascista») lleva intrínseca una forma de entender la vida y un modelo de relaciones humanas. Se reconocen como rasgos de la ideología fascista: la reinvención interesada de la historia; uso directo o permisivo de la violencia; manipulación ideológica de la enseñanza; exaltación irracional y excluyente de lo propio; marginación de los rasgos culturales que no responden al patrón oficial; identificación del territorio como sujeto de derecho en detrimento del derecho de los ciudadanos; identificación del partido --o partidos-- en el poder con la Comunidad misma; interpretación torticera de las leyes según beneficien o perjudiquen a la comunidad en cuestión; y, en caso de que perjudiquen, llegar a defender --amparados en los falsos derechos del territorio-- actitudes delictivas como el llamamiento -desde los propios órganos del Estado- a la rebelión y al incumplimiento de las leyes frente a los derechos del resto de los ciudadanos.

Y ahora viene el conflicto intelectual: si República era libertad y democracia; si fascismo era lo que se ha reflejado en el párrafo anterior... ¿Qué está ocurriendo en España, especialmente en Cataluña? Actualmente la reacción más fuerte contra la democracia y la libertad llega de los que se autodefinen como «republicanos» y como «izquierda», los que, en connivencia con la derecha burguesa, se han apropiado de conceptos universales como «libertad» y «democracia», instrumentalizan y bastardean nobles palabras como «diálogo», «entendimiento» y «negociación»; y descalifican todo lo que no responda a sus esquemas mentales totalitarios; todo ello arropados por sus propios grupos «armados» que, a modo de «camisas negras», de «juventudes hitlerianas» y de torpes aprendices del más cutre residuo de lo que fuera el «Frente de Juventudes», imponen el terror en la vida diaria, bendecidos por «ideólogos» (el concepto rechina aplicado a determinados personajes) de la relevancia y finura intelectual del Sr. Torra.

¿Y esto nos extraña? Pues no, porque el nacionalismo es así... Necesita como hábitat de este «mejunje» del que, como mucho, se puede decir que es ideológicamente «confuso, profuso y difuso». Por ello nos extraña y nos aterra la concesión de la izquierda española que, fascinada por el nacionalismo (fascinación que es «fascistización»), ha dejado que le hurten el espacio ideológico de la República democrática para que se lo ocupen estos discípulos torpes de Htler-Mussolini-Franco, sin una sola voz que reclame el espacio de dignidad que le correspondía al auténtico republicanismo.

Consecuencia: en la España actual la Monarquía, partiendo de un papel preasignado de régimen político opresor, supone hoy una garantía mayor de defensa de las libertades y de la democracia que el ideal republicano, sumido y «embarrado» de todas las podredumbres de que se adorna el nacionalismo. Para concluir: el mejor cobijo (estando deseosos de que se nos demuestre lo contrario) de un buen republicano es hoy el régimen monárquico-constitucional de 1978. A él nos acogemos todos como autodefensa, pero somos reacios a manifestarlo.

* Catedrático