Las declaraciones de los líderes que asisten en Madrid a la cumbre de las partes de Naciones Unidas sobre el cambio climático (COP-25) deben ponerse en contexto para exigir que aporten soluciones efectivas de una vez. Llegan después de muchas cumbres llenas de retórica. A pesar de los titulares optimistas de los acuerdos de París del 2015, las emisiones han seguido aumentando. No podemos esperar más. El tiempo se acaba.

Desde los años 60 el conocimiento científico da un marco inequívoco. La teoría de Gaia formulada por James Lovelock considera la Tierra un gran ecosistema que se autorregula para mantener las condiciones favorables a la vida. Así ha sido durante más de 3.500 millones de años. Lynn Margulis demostró la importancia de los microorganismos, que hacen la vida prácticamente indestructible, a pesar de que las especies van desapareciendo. La biosfera -conjunto de especies y relaciones del planeta- funciona como un todo, y la humanidad debe intentar no alterar los ciclos globales si quiere sobrevivir. Los pulmones del planeta que nos permiten respirar, por ejemplo, están concentrados en el mar y en bosques como el Amazonas. Por eso nos conviene no destruirlos como está promoviendo irresponsablemente Bolsonaro. Igualmente, la negativa de Trump y otros dirigentes a reducir las emisiones pone en peligro a la humanidad por los efectos del calentamiento global y las alteraciones en la atmósfera. Tampoco tenemos futuro si queremos sostener el sistema económico actual, consumiendo recursos finitos que estamos agotando.

Jorge Wagensberg consideraba la inteligencia abstracta un hito de la evolución, un salto de escala en la cultura de los seres vivos. ¿Quiere decir esto que los humanos tenemos capacidades extras para hacer frente al cambio climático? Según Lovelock, somos demasiado estúpidos para prevenir nada que no suframos directamente. Y la tecnología solo será útil si hay intención de ponerla al servicio colectivo y no responde a los intereses de la depredación y los beneficios de una minoría.

Internet ya llega a más del 50% de la población mundial y, por tanto, se podría considerar una especie de sistema neuronal de la biosfera. Cuando los jóvenes activistas de Fridays for Future dicen «Somos la naturaleza defendiéndose a sí misma» no se trata solo de un eslogan. En realidad, los movimientos sociales se han estado preparando para la lucha de todas luchas, que es la lucha por la supervivencia, la que tiene que hacer frente al cambio climático, que quiere decir contra las desigualdades, la pobreza y un sistema político y económico que no da respuesta a la emergencia incluso cuando la casa está en llamas, como dice Greta Thunberg.

Greta también pide aprovechar la mejor ciencia disponible. El panel intergubernamental de expertos sobre el cambio climático (IPCC) involucra a miles de voluntarios y cientos de expertos de procedencias diversas, que revisan evidencias científicas y hacen informes consensuados hasta la última coma. Por eso es tan preocupante el informe especial sobre el calentamiento global de 1,5º. Estima que si somos capaces de reducir las emisiones progresivamente hasta detenerse del todo en el 2050, la temperatura del planeta subirá 1,5º respecto la era preindustrial. Esto ya tendrá consecuencias graves como sequías, olas de calor y afectaciones en las cosechas, agravando las condiciones de vida de las personas más vulnerables. Pero si no se consigue, y la temperatura va más allá, la especie humana entrará en una dimensión desconocida por el riesgo de desestabilización del sistema. Así lo advierte el movimiento Extinción Rebelión: debemos transformar las reglas del juego radicalmente. Está claro que la vida no está en peligro -sobrevivió al cataclismo que acabó con los dinosaurios y a muchos otros anteriores-. Lo que está en juego es el futuro de la única especie que, paradójicamente, es capaz de darse cuenta.

En unas recientes jornadas en la universidad Rovira i Virgili, el periodista Jordi Vilardell, que ha dirigido un documental (TV-3) recogiendo el pensamiento de Margulis y Lovelock, entre otros, dijo que solo tenemos una experiencia donde la humanidad se haya movilizado masivamente con éxito ante un peligro que ponía en riesgo su existencia. Fue contra el nazismo durante la segunda guerra mundial. Las claves fueron: sentir la amenaza como real, un fuerte liderazgo político, reorientar toda la economía a un solo objetivo y transmitir esperanza en un futuro mejor. Esta vez sin armas, el reto es entender que estamos en un momento igual de crucial.

* Bióloga y periodista, profesora asociada de Periodismo digital en la Universidad Pompeu Fabra.