El tiempo es una goma elástica que termina golpeando en la cara a quien lo tensa. María tenía 20 años aquel 4 de diciembre de 1977. Vivía en la casa de sus padres de Lebrija y trabajaba en el campo cuando había faena. Unos jóvenes pasaron por su puerta encaramados en el remolque de un tractor, con banderas de Andalucía y una pancarta con el lema Reforma Agraria Ya. Y desde allí se fueron a Sevilla para atestar las calles con otros miles de jóvenes con los ojos incendiados de alegría y esperanza. Uno de ellos fue su pareja, entonces jornalero y después albañil, con el que tuvo dos hijos. Gracias a las becas y a su esfuerzo, la mayor estudió Derecho y el pequeño, un ciclo albañilería. Los dos están en paro. Ella marchó a Londres y allí trabaja de camarera. Él se quedó en el pueblo y ha votado a la ultraderecha. A ninguno le enseñaron en el colegio el significado histórico de aquel 4 de diciembre que protagonizaron sus padres para que sus hijos tuvieran el futuro que el presente les niega.

El tiempo es una goma elástica que termina golpeando en la cara a quien lo tensa. Pedro tenía 42 años aquel 4 de diciembre de 1977. Era profesor de historia en un instituto de Granada. Junto con su esposa, fabricaron unas arbonaidas de retales y se echaron a la calle con la ilusión de encontrarse con Carlos Cano y demás intelectuales granadinos. Gritaban «libertad y autonomía» porque tenían claro que los males estructurales de Andalucía provenían del centralismo y de la dictadura. Los balcones estaban vestidos con la verdiblanca. Tuvieron una hija que estudió medicina y que hace años se unió a una inmensa marea blanca por una sanidad digna. Está divorciada. Su marido y sus dos hijos se engalanarán este enero para conmemorar la toma de Granada. En los balcones no hay banderas andaluzas.

Podría poner mil ejemplos para evidenciar que la Andalucía de hoy no es la de hace 40 años. Solo faltaría que nada hubiéramos avanzado en infraestructuras y protección social, entre otras razones, gracias al modelo autonómico y de bienestar por el que salimos a la calle aquel 4 de diciembre. Sin embargo, me duele que un millón de andaluces y andaluzas vivan por debajo del umbral de la pobreza, o que hayan emigrado desde que comenzó la crisis porque aquí no encuentran trabajo. Y más aún, que hayamos perdido la conciencia de pueblo que siempre estuvo cosida a nuestra conciencia de clase. Claro que hay responsables. Sin duda, el socialismo gobernante, que creyó suya la autonomía para no ejercerla y que monopolizó el espacio simbólico de la «izquierda andaluza», con la complicidad del andalucismo, que abdicó de la izquierda, y de la izquierda, que abdicó de Andalucía. Pero no es tiempo de nostalgia sino de futuro. Vale ya de estirar la goma elástica y luchemos por coser nuestra identidad de pueblo a nuestras reivindicaciones sociales. Porque existe una Andalucía digna más allá de la corrupción, de los prejuicios y de la extrema derecha: la que tiene sus derechos por bandera.

* Profesor Derecho Civil UCO. Coordinador Laboratorio Jurídico sobre Desahucios de la UCO. Vicepresidente Federación Ateneos de Andalucía. Patrono de la Fundación Blas Infante. Escritor y activista.