Pedro Sánchez decidió repetir elecciones. Creía arriesgado el gobierno con Podemos y la posición dogmática de Albert Rivera no le dejó otra salida. Pero las elecciones han dado un resultado similar, excepto que Ciudadanos se ha hundido y el Partido Popular y Vox (esta mucho más) han crecido a su costa.

Pese a sus errores y una deficiente campaña, el PSOE solo ha perdido tres escaños y la distancia con el Partido Popular (30) hace casi inevitable que Sánchez sea el próximo presidente. Y para la investidura solo cabía alguna colaboración PSOE-PP, que imprudentemente Pablo Casado ya descartó la misma noche electoral, o la coalición PSOE-UP con el apoyo de los votos del Partido Nacionalista Vasco y la abstención de ERC. Salvo que Inés Arrimadas girara a Ciudadanos.

Puede gustar o no gustar y es cierto que un Gobierno PSOE-UP, apoyado por el PNV, los canarios y la abstención de ERC tiene riesgos. En España no hay experiencia de gobiernos de coalición, Pablo Iglesias ha estado más pendiente de Caracas que de Bruselas y ayer PSOE y Unidas Podemos votaron diferente en la Diputación Permanente. Hoy se reúnen PSOE y ERC y la aproximación será todo menos fácil.

Pero encarar los problemas exige partir de la realidad parlamentaria, el dictamen democrático. Y no ayuda la deriva alarmista de parte de la derecha. El expresidente del Gobierno español José María Aznar, que no hace mucho decía que Santiago Abascal era «un buen chico lleno de ideas», acaba de afirmar que «por primera vez desde la guerra civil los comunistas van a estar en el Gobierno con la complacencia de un condenado por sedición (Junqueras) y de un terrorista convicto (¿Otegi?)». Si todo es tan terrible, por qué Aznar no susurra a Pablo Casado que permita la investidura socialista y evite así «un Ejecutivo basado en una coalición radical de izquierdas del que forman parte comunistas, chavistas y secesionistas».

Aznar no tiene mucho predicamento, pero la descalificación total de Podemos y de ERC, el primer partido catalán en las dos últimas elecciones españolas, no contribuye al pacto con la realidad, la primera condición para la gobernabilidad. Y este pesimismo cósmico -Aznar compara lo que pasó en Barcelona con Hong-Kong y lo inscribe en la decadencia de las democracias- conduce a un catastrofismo negativo.

El presidente del Foment ha alentado la gobernabilidad y el diálogo para encauzar la crisis catalana, pero otras organizaciones -como el veterano Círculo de Empresarios de Madrid- parecen deslizarse por una espiral alarmista. Su presidente ha declarado a El Mundo que estamos en la situación más grave desde el 23-F (el golpe de Tejero) y el 1-O del 2017 y que antes que el Gobierno PSOE-UP sería preferible ir a unas nuevas elecciones, las terceras en menos de un año.

Que una entidad económica con socios relevantes apueste por prolongar la inestabilidad política, con el riesgo de que los resultados fuesen todavía más endemoniados, indica que la tentación catastrofista predomina sobre la conservadora en una parte de la derecha.

*Periodista