Se han cumplido los 30 años de la caída del muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989. Con este hecho se ponía, simbólicamente, fin a la guerra fría, a la disputa de dos modelos ideológicos antagónicos, el capitalismo y el socialismo (real), entre la libertad y la igualdad. La primera derrotaba sin contemplaciones a la segunda. El fin de las repúblicas populares y del régimen soviético acababa de una manera un tanto abrupta, a pesar de las señales que tímidamente habían ido surgiendo en lugares diversos del telón de acero. Sin embargo, durante estos años de tránsito desde el régimen bipolar hacia uno unipolar al principio, multipolar ahora, lejos de terminar con las divisiones, estas se han ampliado. Lejos de acabar con los muros, estos se han hecho más largos e inexpugnables. Y no solo en Europa, también en todo el mundo.

Cuando se recuerda a Peter Fechter, la primera víctima que murió cruzando el muro en 1962 con apenas 18 años, es inevitable también recordar al pequeño Aylan Kurdi, de 3, ahogado cuando intentaba llegar a Europa en el 2015. Medio siglo separa ambos casos y, sin embargo, los dos perseguían lo mismo, alcanzar un lugar donde poder vivir en libertad y con derechos, sin poner en riesgo su vida.

Desde la construcción del muro de Berlín en agosto de 1961, 79 personas murieron intentando escapar de la dictadura e intentando alcanzar la otra Europa. Desde el 2014, 32.741 personas se han ahogado intentando alcanzar a esa misma Europa atravesando esta vez no solo muros, también mares.

Y es que la Europa fortaleza ha cambiado de bando. Los muros inexpugnables ya no los construyen otros, los construimos nosotros, nuestras empresas. Según datos del informe Levantando muros, publicado por Centre Delás, Transnational Institute y Stop Wapenhandel a primeros de noviembre, se ha pasado de dos muros en la década de los 90 a 15 en el 2017, solo en territorio europeo, unos seis muros de Berlín en extensión, 1.000 kilómetros. Pero, además, también los nuevos sistemas de vigilancia tecnificada en fronteras exteriores e interiores, sí, también en el espacio Schengen se han generalizado e incorporado las biometrías para poder ejercer el control de la movilidad, ya no solo en función de la ciudadanía, sino también de rasgos físicos o de comportamiento que pudieran ser sospechosos, sea lo que fuere esa palabra. Y todo ello ha ido acompañado de una inversión estratosférica. El Fondo para las Fronteras Exteriores invirtió 17.000 millones de euros entre el 2007 y el 2013; el Fondo de Seguridad Interior, 2.760 millones entre el 2014 y el 2020. Los muros virtuales durante los últimos 20 años se han llevado 999,4 millones según los cálculos realizados en otro estudio del Centre Delás, El negocio de construir muros.

Y esta tendencia parece que va a continuar en el nuevo ciclo presupuestario europeo (2020-2021) que se comenzará a negociar en breve, si bien la Comisión ya ha asignado 8.020 millones al Fondo para la Gestión Integrada de las Fronteras (2021-2027), 11.270 a Frontex y 1.900 al mantenimiento de las bases de datos y al Sistema Europeo de Vigilancia de Fronteras. La cifra, incluso antes de negociar el presupuesto, resulta ya bastante significativa, 21.190 millones de euros.

Sin embargo, el problema va más allá. El afán de la UE y de los Estados miembros por blindar las fronteras exteriores, incluso en algunos casos las interiores, ha establecido un peligroso binomio, migración y seguridad, que prende en las sociedades europeas en forma de amenaza para su modo de vida. La ausencia de una estrategia política en el ámbito de la inmigración, apostando solo por medidas de contención reactivas, deja vía libre a los discursos racistas y xenófobos que responsabilizan al migrante de todos los males de la sociedad.

Culpemos solo a las fuerzas políticas reaccionarias y nativistas de su ascenso. Hagamos autocrítica. La incapacidad por parte de los partidos defensores del Estado de derecho y la democracia liberal de realizar una aproximación a las políticas migratorias de manera integral abordando toda su complejidad y estructuralidad y, por tanto, siendo capaces de romper los discursos del odio, ha tenido una buena parte de culpa. Piensen en quienes se encuentran en disposición de construir cada vez más muros, físicos, virtuales o simbólicos, porque son precisamente ellos los que los han construido y han abonado el terreno para ese ascenso de la intolerancia y el rechazo al diferente.

*Profesora de Ciencia Política de la Universidad Complutense