Lo bueno de un gobierno Sánchez-Iglesias es que no es un gobierno Casado-Abascal. Si en lugar de un combo entre los socialistas y la ultraizquierda hubiese sido una alianza del PP con la extrema derecha a estas alturas las calles estarían tomadas por una multitud vociferante, el Congreso se encontraría sitiado, los contenedores arderían, The New York Times haría editoriales mencionando a Franco y Guardiola pediría que la ONU interviniese el «Estado español».

«Siempre hay alguien más a la izquierda que la izquierda más delirante» escribía Josep Pla el 3 de marzo de 1936 después del triunfo del Frente Popular. La II República era el Titanic dirigiéndose a toda marcha contra un iceberg llamado Franco. La desgarraban problemas como zarpazos: asfixia económica, golpes de Estado de nacionalistas en Cataluña y la izquierda en Asturias, el anticlericalimo de los que pensaban que la iglesia que mejor ilumina es la que más arde y la deriva autoritaria de la derecha. Parece mentira que en pleno siglo XXI sigamos lidiando con similares problemas. Antonio Machado se apiadaba de los españolitos que venían al mundo porque una de las dos Españas les congelaría el corazón.

Cuando, cuarenta años después, parecía que la Tercera España, ilustrada y racionalista, cosmopolita y abierta, la de Chaves Nogales y Clara Campoamor, había triunfado por fin --vía Constitución del 78, monarquía constitucional y una cultura del pacto de la derecha moderada y la izquierda razonable (la de Aznar y González, Fraga y Carrillo) alrededor del centro reformista (Suárez)-- el eterno retorno de los extremismos irredentos y los nacionalismos xenófobos nos vuelve a poner entre la espada de Podemos y la pared de Vox.

En Conversación en la catedral, Mario Vargas Llosa se preguntaba cuándo se jodió el Perú. Ni idea sobre el país andino pero sí tenemos la fecha precisa de cuándo se hundió Argentina. Fue en 1948, cuando el país abandonó el modelo liberal que había impulsado Juan Bautista Alberdi para abrazar la senda populista y proteccionista de Perón que ha condenado al país a la pobreza y el enfrentamiento civil. ¿Puede ser 2019 el año en el que se joda España? Tras una modélica Transición que parió una Constitución ejemplar, los españoles han decidido echarse en manos de unos aventureros, que por la derecha citan con desparpajo a falangistas, mientras que por la izquierda entran en el gobierno de la mano de unos socialistas claudicantes y con el aplauso de actuales golpistas y pasados terroristas. De todas formas, progresamos. Si el modelo de Pablo Iglesias, Lenin, fusiló a toda la familia real rusa, niños y perros incluidos, y exilió a la plana mayor del socialismo ruso, con Kerenski a la cabeza, a día de hoy parece que aunque Leonor de Borbón se quede sin trono se va a ahorrar el patíbulo y Sánchez va a poder seguir negándose a sí mismo las veces que haga falta para continuar en la Moncloa.

A las puertas de una crisis económica, el nihilista Pedro Sánchez se une al falaz Pablo Iglesias para dar lugar no a un gobierno sino a una contradicción en los términos, en la que Sánchez hace una apología de Amancio Ortega y advierte al pro-golpista Torra con el 155, al tiempo que Iglesias amenaza con crujir a impuestos al empresario y tilda de «presos políticos» a los golpistas. O, con la kale borroka catalanista dedicándose a incendiar las autopistas, el presidente en funciones no se atreve a decir cuántas naciones hay en España mientras su futuro vicepresidente sostiene que es un Estado plurinacional al estilo de Yugoslavia. ¿Nación, unidad de destino en lo universal? ¿Nación como conjunto de naciones? ¿Nación como conjunto de ciudadanos? La Constitución del 78 trataba de encontrar un punto de intersección entre las anteriores preguntas planteando que España es una «nación de nacionalidades». Planteamiento frágil y cogido por los pelos pero que, sin embargo, permitió que España sobrellevase el conflicto entre los que la adoran y las que la detestan. El problema es que ahora el PSOE toma partido por ERC, Bildu, JpS, PNV y ese Judas dentro de un caballo de Troya que es el PSC.

A diferencia de 1936, y de la situación que se vive en Argentina, España tiene como ventaja el equilibrio que le aporta la Unión Europea, pero veremos hasta qué punto la Comisión Europea puede ejercer de contrapeso al populista Iglesias, alguien a quien Sánchez definió como el hombre al que no dejaría las llaves de su casa si se fuera de vacaciones, pero que ahora va a pasearse por Moncloa como si fuese su mansión de Galapagar. Terminó su último mitin Sánchez gritando «O nosotros o el bloqueo». «O nosotros o la ultraderecha». «O nosotros o el caos». Al final los tenemos a ellos y también el bloqueo, la ultraderecha y el caos.

* Profesor de Filosofía