España atraviesa un momento político histórico. Su singularidad se debe a factores muy diversos que hoy centran los análisis de politólogos y analistas, que estamos en un estado casi de gracia.

La emergencia de nuevos partidos políticos desde 2015 hasta la actualidad (Podemos, Ciudadanos, Vox y Más País) han transformado nuestro sistema de partidos en uno multipartidista, que ha incrementado el pluralismo politico y la oferta electoral, pero que empieza a ser percibido por la ciudadanía como un problema para la gobernabilidad y para la estabilidad institucional, como evidencia la celebración de cuatro procesos electorales en cuatro años y, concretamente, dos en este 2019.

La inestabilidad política ha vuelto a provocar un aumento de la desafección ciudadana de la que una parte considerable de la opinión pública responsabiliza a los políticos, a los que considera más un problema que una solución. Por último, estamos asistiendo a un incremento de la polarización social claramente influenciada por lo que está aconteciendo en Cataluña tras la publicación de la sentencia del procés.

Los resultados electorales del pasado domingo, aún sin digerir, nos permiten medir muy bien el pulso de una ciudadanía harta de lo que está sucediendo, y con una peligrosa sensación creciente de que la agenda política y mediática, muy centrada en los últimos meses en el conflicto territorial, no atiende los problemas reales: precariedad laboral y desempleo, precios abusivos en el alquiler de las viviendas, pensiones insuficientes, etc.

La noche del 10-N propició, en primer lugar, el fin de un período en el que nuestro país fue una especie de isla política dentro del continente europeo de resistencia a la derecha radical populista: el ascenso de Vox a la tercera fuerza parlamentaria, con 52 diputados y con un 15,1% del voto, ha incorporado a España al oscuro club de países que pueden presumir de tener una derecha extrema xenófoba y reaccionaria en su parlamento. Ya tenemos línea directa e incluso fibra óptica con Paris vía Marine Le Pen y con Roma vía Matteo Salvini, el eje del mal de una Europa inmersa en una preocupante deriva populista (a Francia e Italia se le suman Alemania, Paises Bajos, Reino Unido, Suecia, Austria y Hungría).

La fragmentación parlamentaria es el segundo hecho destacado de una gélida jornada electoral que arroja un Parlamento atomizado, con representación de 17 fuerzas políticas diferentes y con una representación territorial muy diversa, nunca antes vista en nuestra breve historia democrática.

La radicalización del electorado y el equilibrio político entre los bloques ideológicos de izquierda y derecha propiciaron varias lecturas acerca del necesario desbloqueo político en nuestro país. Los discursos prudentes de los líderes de las distintas formaciones invitaban a la cautela. Pablo Iglesias, pese a perder siete escaños, no bajó la guardia y volvió a insistir en la coalición PSOE-UP como antídoto a la ultraderecha. Un defenestrado Albert Rivera apareció descolocado por una sacudida electoral que ha casi borrado del mapa a la formación liberal. Y el líder popular dejó la puerta abierta a una abstención técnica como ya hiciera el PSOE.

Sin embargo, el mediodía del martes cambió completamente el panorama político tras el llamado «pacto del comedor» entre PSOE y Podemos, que anunciaban un preacuerdo de gobierno de coalición que podría propiciar el primer gobierno nacional entre dos formaciones políticas, siempre y cuando obtenga los apoyos necesarios durante el proceso de investidura.

El anuncio de acuerdo exprés entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias ha sido justificado por ambas partes tras una lectura rápida de la pérdida de más de un millón de votos entre el electorado de izquierda que les apoyó el 28-A, y como una necesidad imperiosa ante el auge del populismo de derechas. Sin embargo, y en estas últimas horas las redes sociales han ardido, va a ser muy díficil explicar a los 37 millones de votantes por qué nos citaron a las urnas con los costes que ello genera (más de 130 millones de euros), para después alcanzar em 48 horas el acuerdo que durante meses nos mantuvo en vilo.

La maldita hemeroteca ya le está recordando a Pedro Sánchez sus incoherencias, falsedades e incumplimiento de su palabra, algo fácil si uno examina las distintas entrevistas que concedió a distintos medios de comunicación en su gira mediática. Yo ansío verle en la siguiente entrevista. Quizá así podamos descubrir una versión actualizada de por qué ahora sí se fía de su socio de gobierno, cómo podrá dormir tranquilo con un vicepresidente pro derecho de autodeterminación y populista que, por cierto, no ha cedido su asiento a su compañera Irene Montero en favor del feminismo.

Esto y el discurso regresivo de Vox me llevan a calificar la política actual en España como una política fraudulenta, cínica y repulsiva: fake politics.

* Doctor en Ciencia Política. Profesor de Universidad Carlos III de Madrid.