Estamos a las puertas de unas nuevas elecciones generales, después de que el dibujo ideológico pintado en las últimas, no permitió la investidura del candidato presentado por el partido más votado; así que estamos en la línea de salida para comprobar, una vez más, que los resultados serán muy parecidos a los obtenido el pasado 28 de abril.

Hemos de reflexionar sobre los motivos que llevan a los representantes de la soberanía española a huir de los acuerdos para que la estabilidad política permanezca «en funciones», que es lo más parecido a una preocupante inestabilidad de la que la totalidad de los españoles saldremos seriamente perjudicados.

Los peregrinos argumentos de los partidos políticos, puestos en boca de sus respectivos candidatos, han sido de tan poco calado político, tan escasos en ideas ilusionantes y de tan mínima altura de «hombres de Estado» que los perplejos ciudadanos han podido comprobar cómo la nación española se va rompiendo, poco a poco, en cachitos nacionalistas debilitando el sentido de la Patria. España es, para unos, un estado que excita fuertes sentimientos; para otros, una mezcla de historias distintas cocidas en un incierto futuro; para los más, su tierra natal o adoptiva ordenada como nación, a la que se sienten ligados por vínculos jurídicos, históricos y afectivos, su Patria, simplemente; para los menos, un Estado controvertido y dudoso, y, para todos, un cúmulo de disgustos y preocupaciones que utilizamos unos contra otros. Resumiendo: España es, en el Congreso de los Diputados, un todo saciado y henchido de partes y unas partes que no saben, y no se ponen de acuerdo, para ser un todo.

Los congresistas-diputados han conseguido, en solo cinco meses, un retroceso histórico sustentado en la volatilización de las ideas éticas y en el planteamiento, hostil y refractario, de los temas inherentes al bienestar ciudadano. Estamos en un surrealismo político, social y económico. Ya lo decía el poeta francés Paul Eluard: «En el surrealismo toda lógica es poética y toda la razón inconsistente».

Bien común

La mayoría de los diputados españoles han hecho una contumaz dejación del sentido de una palabra mágica que contribuyó a que se instaurara una democracia con garantía de continuidad y de la cuál son hijos los mismos diputados que ocupan los escaños y que no son capaces de acordar, pactar y convenir absolutamente nada que afecte de verdad al Bien Común.

Esa palabra, que es una maravilla cuando se aplica sin dobleces, que enseña y ayuda a gobernar, que lima asperezas y formula, con su puesta en práctica, instrumentaciones fundamentales para la participación política positiva, es Consenso --con mayúscula-- , es negociar fuera de la perversa partitocracia que soportamos, aún sabiendo que la mala praxis, derivada de una dolosa voluntad partidista, nos llevará a un caos colectivo del que ya estamos sufriendo los primeros síntomas. No existe otra salida, fructífera y responsable, que volver a la aplicación del consenso, exento de arrogancias y comportamientos chulescos, aplicándolo antes de presentarse ante los electores para que, una vez decididos los votos, los diferentes partidos lleven claros sus esfuerzos, sus renuncias, sus objetivos y sus resultados; esto les dará valor a las diferentes opciones políticas a la hora de pactar entre distinto signo e ideología. Siempre habrá puntos de acuerdo, y de apoyo, donde se pueda sustentar el edificio del consenso.

Y vosotros, candidatos fracasados, que volvéis a presentaros, soportados por una aberración electoral que permite la candidatura a quien ya ha malogrado las negociaciones empecinadamente, consensúen antes y eviten bochornosos parlamentos que perjudican el futuro de todos los españoles. Quiéranlo o no, sus señorías son hijos del consenso porque cada escaño de ese Congreso está impregnado de él, y, por él, se sientan ustedes en esos privilegiados asientos.

* Gerente de empresa