Aveces, me rebelo en silencio (para mí mismo, vamos) con las cosas que veo a diario. Es por eso, por ser tan a diario, por lo mismo que no lo exteriorizo lo suficiente, porque si no, no haría otra cosa que estar en estado de permanente indignación, voceando hacia los vientos a quien quisiera escucharme; que dado el estado de aletargamiento de la sociedad cordobesa, no serviría de mucho, con tanto sordo que hay por metro cuadrado. Así que he decidido hacerlo hoy y que sirva, al menos para que el tiempo que les dediquen los lectores del Diario CÓRDOBA, para que lleguen a ser conscientes -o no- de lo mismo que yo.

Córdoba es la ciudad que amo; fue hace más de cuarenta y ocho años mi ciudad de adopción, luego mi pasión juvenil, transmutada a lo largo de los años, en amor adulto y, al fin, afecto y cariño sereno y maduro; pero no por eso puedo estar de acuerdo con todo lo que se hace o cuece en esta bimilenaria ciudad. Como diría Pablo Milanés, «no vivo en una sociedad perfecta, yo pido que no se le dé ese nombre, si alguna cosa me hace sentir esta, es porque la hacen mujeres y hombres». Y estos y estas, aquí a veces, muchas veces, se han equivocado.

Aquí, cualquier hortera de capa y sombrero o un edil sin lustre ni bagaje alguno, puede tener su escultura o su calle a modo de homenaje o, en su momento, rendírsele pleitesía, como pasaba con un cura de mucho mando, boato y engreimiento. Mientras otros y otras, con infinitamente más méritos, se debaten entre la lucha diaria para sobrevivir más allá de las instituciones, pongamos por caso, al escultor -afortunadamente vivo- más importante que ha dado Córdoba, como es José Manuel Belmonte. Que tenga que estar, permanentemente, teniendo que demostrar lo que ya debería ser obvio y yéndose al extranjero, para participar en grandes exposiciones y eventos, mientras aquí aún sea puesta en duda su valía, por algunos artistillas de tres al cuarto, adeptos a las subvenciones, es de vergüenza. Que Elio Berhanyer, el modisto más internacional de Andalucía y junto a Balenciaga o Rabanne, de España, hasta su vejez, no fuera mínimamente profeta en su tierra, es de un catetismo que chorrea. Algún día, a ambos, se les dará su sitio entre los Romero de Torres, Góngora, Gala o Averroes, pero eso será algún día.

Que una poeta, periodista, escritora, feminista, guionista, actriz, mujer artista polivalente, aunque cordobesa de adopción y de corazón, como yo y tantos, la gaditana Matilde Cabello, tenga que estar ganándose las habichuelas cada día como si fuera el último, sin garantías de un futuro asegurado, es de la misma vergüenza que lo de Belmonte, el más universal personaje actual de esta Córdoba rancia y cateta, anclada aún en el tema cultural, en la década de los sesenta del siglo anterior, cuando la mayor novedad consistía en inaugurar una plaza de toros, bendecir peñas o llenar la plaza con el festejo taurino homenaje a la mujer cordobesa.

Personas referentes en lo suyo, como Antonio Fernandez Diaz, Fosforito, Josefina Molina, Juan Cuenca, Balvino Povedano, Pablo García Baena, Manuel Concha y por que no, los dos primeros alcaldes de la democracia, Julio Anguita y Herminio Trigo, que en dieciséis años cambiaron como nunca a esta ciudad que se desgarraba en sus entrañas, con un ayuntamiento que no daba casi ningún servicio de calidad, creando varias empresas públicas municipales, como Sadeco, Vimcorsa, Aucorsa, Jardín Botánico o la Fundación Gran Teatro y que, además, diseñaran -no sin lucha- la nueva Córdoba a la que liberararían de los dos grandes dogales que la estrangulaban (las vías del tren y el río)... añádalen ustedes otros nombres, (seguro que habrá más) pero estos, esperan aún su lugar en el universo cordobés de personas ilustres.

Y sí, a mí al menos, me fastidia bastante la ingratitud y desmemoria mostrada por ediles, gerifaltes, capos, señoritingos y mecenas, con toda su corte celestial de mamporreros, correveidiles, monaguillos, aperaores, capillitas y... paro de contar, porque como diría Forges, me pierdo.

* Diplomado en CC del Trabajo