Tengo una amiga sabia y experta en masculinidades que me pone la cabeza del revés cada vez que almorzamos juntas. En nuestra última comida me cuenta que echa de menos un modelo de hombre que el cine no ofrece. El cine nos regala un amplio catálogo de machotes ultraviolentos (Joker), duros a la manera castrense (Rambo), espías trasnochados que huelen a rancio (James Bond), superhéroes demasiado perfectos (Iron Man) o antiguallas que estuvieron muy bien en su día pero han envejecido (Capitán América). La realidad tampoco lo pone fácil. Dos de las grandes potencias mundiales están gobernadas por dos bárbaros, que hacen mucho ruido mediático: Donald Trump y Boris Johnson.

Mi amiga sabia me habla del padre de Malala, la premio Nobel paquistaní. Se llama Ziauddin Yousafzai, tiene 52 años, es cocreador y miembro muy activo de la fundación de su hija y autor de un libro titulado, muy significativamente, Let Her Fly (Libre para volar, en la traducción al castellano). Fue él quien animó a su hija a enfrentarse a los talibanes por defender el derecho a la educación de las niñas en su país y quien no quiso que se convirtiera en una temprana ama de casa y en esclava de sus hermanos varones.

En el prólogo de su libro --más bien unas memorias--, Yousafzai cuenta cómo la primera vez que viajó a Oxford con Malala, ella era demasiado pequeña para plancharse la ropa que iba a lucir durante uno de sus discursos, y lo hacía él. Y cuenta que necesitó evolucionar para hacerlo, porque proviene de una sociedad patriarcal donde son las mujeres quienes sirven a los hombres y donde un hombre que plancha es objeto de burla.

Leyéndole, he entendido a qué se refiere mi amiga sabia cuando afirma que el padre de Malala es un ejemplo del héroe que necesitamos. No solo es un hombre que evoluciona y pelea sin violencia por una buena causa. También envía un mensaje estupendo a esa legión de hombres que se sienten incómodos ante los ataques del feminismo: No te enfades, haz algo.

* Escritora