El periodista y escritor republicano Manuel Chaves Nogales, fallecido en su exilio londinense en 1944 y felizmente recuperado de las cunetas del olvido en los últimos años, asegura en el prólogo de su libro A sangre y fuego. Hérores, bestias y mártires de España (1937), donde denuncia las atrocidades cometidas por ambos bandos durante la guerra civil, que «un hombre como yo, por insignificante que fuese, había contraído méritos bastantes para ser fusilado por los unos y por los otros». A lo que añade más adelante: «En mi deserción pesaba tanto la sangre derramada por las cuadrillas de asesinos que ejercían el terror rojo en Madrid como la que vertían los aviones de Franco asesinando a mujeres y niños inocentes». Chaves Nogales se convierte así en el representante genuino de millones de españoles -la gran mayoría silenciosa- que, antes y ahora, aun rechazándolo, sufren las consecuencias del enfrentamiento visceral de unos pocos, que asoma de vez en cuando intentando dividirnos sin importarles la estabilidad del Estado con tal de imponer sus criterios.

La guerra civil ya acabó. Y no se debería reeditar nunca. Los tiempos han cambiado, afortunadamente. Las condiciones de vida ya no son las mismas. Ni las expectativas sociales. Pero aún quedan algunos flecos que resolver, algunas heridas que curar. Y eso lo debemos admitir. Y subsanar. ¿No es justo que los familiares recuperen los huesos de sus muertos, sean del bando que sean? ¿No es justo que los dictadores reposen en un lugar tranquilo y apartado que no genere enfrentamientos, afrentas ni exaltaciones partidistas en vez de exponerse para recordarnos que una vez se produjo una guerra fratricida en la que murieron más de medio millón de personas?

Han pasado ya más de ochenta años desde el fin de la guerra, que debería ser materia exclusiva de historiadores y no de especuladores políticos que buscan votos revolviendo entre el cieno. Las palabras de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso (PP), sobre la quema de iglesias no ayudan precisamente a la concordia. Ni las del portavoz de Vox en el Ayuntamiento de Madrid, Francisco Javier Ortega Smith, falseando la realidad para justificar la muerte de las Trece Rosas. Basta ya. Votemos libremente para elegir a nuestros representantes. Y vivamos en paz.

Ningún partido actual se debe considerar heredero del horror. Ni los de derechas de las matanzas en las cunetas ni los de izquierdas de la quema de iglesias o los asesinatos de sacerdotes. Eso forma parte del pasado, de un pasado terrible que hoy nadie suscribe y afortunadamente queda muy lejos. Ahora bien, para que no se aviven los rescoldos, para que unos y otros se puedan sentir aliviados, habremos de recuperar los huesos de nuestros muertos o enterrarlos donde causen menos crispación, y reconstruir los templos o, en su defecto, si ya están reconstruidos, respetar el papel de la Iglesia en una sociedad española libre y aconfesional, como proclama nuestra Constitución de 1978, que -esta sí- respetamos todos.

Así que olvídense, por favor, de la guerra y generen ilusión para afrontar el futuro, que es lo que ahora importa verdaderamente. Liberémonos ya del pasado.

* Periodista y escritor