Opinión | Para ti, para mí
El día de la palabra
La «palabra» es noticia con frecuencia. Y siempre que la evocamos nos viene a la memoria la obra de Blas de Otero, espÍritu solitario, que se adentra en la existencia y en el existencialismo, y en concreto, su libro Pido la paz y la palabra y su poema Me queda la palabra. Sus versos se clavan en al alma como lanzas de fuego: «Si he perdido la vida, el tiempo, todo / lo que tiré, como un anillo, al agua, / si he perdido la voz en la maleza, / me queda la palabra». Y ahora, de nuevo, el Papa Francisco ha instituido un día, una fecha, un homenaje a la palabra, con la celebración de «Domingo de la Palabra de Dios», cada tercer domingo del Tiempo Ordinario para «hacer crecer en el pueblo de Dios la familiaridad religiosa y asidua con la Sagrada Escritura». Así lo indicó el Santo Padre con la Carta Apostólica en forma de «Motu Proprio» publicada el pasado 30 de septiembre, titulada «Aperuit Illis», título que se basa en el pasaje bíblico de san Lucas del capitulo 24 en el que se describe el gesto de Jesucristo a los discípulos con el cual «les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras». Francisco ha puesto de relieve que «dedicar un domingo del Año Litúrgico a la Palabra de Dios nos permite, sobre todo, hacer que la Iglesia reviva el gesto del Resucitado que abre también para nosotros el tesoro de su Palabra para que podamos anunciar por todo el mundo esta riqueza inagotable». Asímismo, el Papa sugiere que ese día los obispos podrán celebrar el rito del Lectorado, y los párrocos podrán encontrar el modo de entregar la Biblia, o uno de sus libros, a toda la asamblea, para resaltar la importancia de seguir en la vida diaria la lectura, la reflexión, la profundización y la oración con la Sagrada Escritura. Como cantara el poeta, también nosotros podemos decir: «Si he sufrido la sed, el hambre, todo lo que era mío y resultó ser nada... me queda la Palabra». Con mayúscula porque viene de lo alto y nos pide un lugar en los oídos, en las pupilas, en los latidos del corazón. Al fin, es una «palabra de vida eterna».
* Sacerdote y periodista