Varias han sido las peticiones del secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, a los líderes que asisten a la Cumbre sobre el Clima. Se trata quizá del acontecimiento más importante sobre este tema desde la Cumbre de París del 2015. El objetivo, lograr que la temperatura del planeta en el año 2100 no supere en dos grados centígrados la que se registraba en el siglo XIX antes de la industrialización. Y aquí las peticiones. En primer lugar, que vengan con planes concretos y no con discursos vacuos. Después, que asuman una serie de compromisos tales como implementar planes de neutralidad de carbón para el 2050, nuevas formas de abordar los subsidios a los combustibles fósiles, gravar las emisiones de carbono y no usar más carbón a partir del 2020. Y todo con el fin de dar el pistoletazo de salida a una cumbre sobre el clima en noviembre del 2020 cuyo anfitrión será el Reino Unido, en cooperación con Italia, en Glasgow.

Estamos ante una nueva ocasión en la que el multilateralismo es reivindicado, aunque no parece que lo vaya a hacer con éxito. Guterres busca confluencias para la defensa del medio ambiente, mostrar que su liderazgo en este asunto merece la pena. Enfrente tiene a Estados Unidos y Brasil, que no asistirán, y China y Rusia lo harán con bajo perfil. Como en tantas otras ocasiones, cumbres internacionales sin importantes actores globales que harán que nada de lo que se acuerde llegue a buen puerto. Hay que tener en cuenta que son esos países junto con la UE los principales emisores de gas invernadero. Sin ellos en los acuerdos, sencillamente, no hay acuerdo ni avances.

Sabemos quiénes no irán, pero los que sí están llegan con contextos muy complicados, lo que les impide tomar el liderazgo político que es imprescindible en este momento. Son los casos de Macron, con niveles de popularidad muy bajos y los chalecos amarillos en las calles; Merkel, que viene de aprobar un importante paquete de medidas contra el cambio climático, pero que se encuentra en posiciones de salida de la política; Modi, con un conflicto abierto en Cachemira y a la vista de elecciones, y Johnson, en plena negociación del brexit. No parece que ninguno de ellos pueda asumir esta misión. Y tampoco que vayan a hacer caso al secretario general llevando propuestas concretas de avance.

La ausencia de entendimiento entre China y Estados Unidos, sumidos en una guerra comercial, contrasta con los acuerdos de París. Claro que entonces Trump no estaba en la Casa Blanca y no había sacado a Washington del acuerdo. Tampoco es una buena señal que la UE no haya logrado alcanzar un acuerdo en el verano con el objetivo de cero emisiones en el 2050.

Y mientras de un lado hay una ausencia total de liderazgo y de iniciativas concretas, por otro el movimiento verde con jóvenes de todo el mundo a la cabeza y Greta Thunberg como uno de sus símbolos, alerta al mundo de la necesidad de tomar decisiones y de tomarlas cuanto antes. La movilización ciudadana está claramente tomando la iniciativa política en esta cuestión de manera implacable y dejando en evidencia a una clase política inoperante y perezosa.

Esa misma clase política no está dispuesta a renunciar a un modelo económico de crecimiento asociado al consumo desenfrenado. Un modelo económico que parece incapaz de establecer las conexiones entre la urgencia de la transición ecológica con la necesidad de un cambio, precisamente, en ese modelo económico. Por más agendas 2030 que se pongan en marcha y más planes de reducción de emisiones, si no existe una determinación clara para apostar por la sostenibilidad en su triple derivada económica, social y medioambiental, será imposible detener este proceso de emergencia climática. Probablemente, solo sea la movilización social la única capaz de forzar a los líderes políticos a tomar las medidas adecuadas. El problema es cómo convencer a las mayorías silenciosas de que esta también es su batalla. La ola verde solo conseguirá su objetivo si consigue una movilización planetaria que asocie el cambio climático al modelo de consumo y no solo a la compra de coches eléctricos y el uso de bolsas de papel.

En estas circunstancias, no parece que en esta ocasión se vea la materialización de las promesas realizadas en París sobre ralentización del calentamiento global. Quizá lo más relevante de esta cumbre es el reconocimiento colectivo de la enorme tarea que hay por delante.

* Profesora de Ciencia Política de la Universidad Complutense