Calles llenas de buenas intenciones. Calzadas como ríos que van a dar a las plazas que no son el morir sino el vivir. Espacios que revientan de humanidad, de solidaridad, de buenas intenciones, de exigencias. En estos días pasados las buenas gentes protestan por la violencia contra las mujeres, ese cáncer que mata día sí y día no a personas que por plantar cara a su infelicidad acabaron a manos de criminales heridos en su primitivo, en su infantil orgullo castrado de la verdadera hombría. Y las calles claman contra el deterioro del planeta, ríos de jóvenes que saben que les están socavando los cimientos de su futuro, del lugar sin repuesto donde han de vivir. Pero a cierta edad ya piensa uno que estas demostraciones y exigencias al poder sirven de poco, no digo que de nada. La política se dedica a los problemas artificiales, a escollos sencillos sobre todo basados en enfrentamientos estériles de derechas e izquierdas, conceptos ya superados en occidente sobre la visión del mundo. Es preciso que los ciudadanos demos otro paso, el único paso posible con verdadera fuerza, la fuerza de la auténtica revolución del compromiso personal y libre, una revolución que no sea política ni social sino de ciudadanos que tienen derechos y se muestren dispuestos a ejercerlos. Ciudadanos que deben revolucionar el comercio y la industria desde su papel de clientes rechazando artículos contaminantes en vez de conformarse con pagar por envases, algo que es la antesala de la hipocresía; o adquiriendo aquellos que respetan la dignidad de sus productores sean personas o animales (y no se trata aquí de ese reciente animalismo imbécil y desquiciado); y educando en casa a los hijos en el respeto al otro y castigando lo contrario. Es decir, ejerciendo la decidida voluntad de cambio desde hoy, pues la casa no puede empezarse por el tejado de la reclamación al poder, o no sólo así. La protesta está bien pero es fácil, el tomar las riendas de las soluciones está en millones de manos ejerciendo la libertad del propio convencimiento. No hay que tirar piedras, hay que aportar cada uno la suya, millones, a la cordillera imponente de las soluciones.

* Escritor

@ADiazVillasenor