Leyendo la revista ¡Hola! en la consulta del ginecólogo me entero de que la reina Máxima de Holanda ha terminado por fin de redecorar su vivienda -el impresionante y dieciochesco palacio de Huis ten Bosch de La Haya- después de cuatro años y 63 millones de euros. Algunos salones han sido restaurados y otros redecorados, «al gusto más moderno de los nuevos reyes». Entre estos últimos se encuentra un salón llamado «del ADN»en el que el reconocido artista plástico Jacob van der Beugel ha plasmado en pequeñas piezas doradas de cerámica el ADN de los monarcas. La idea no es original: en el 2014 hizo lo propio con el mitocondrial elemento de los duques de Devonshire en una gran instalación formada por cuatro columnas e instalada en la residencia familiar, la suntuosa Chatsworth House. De modo que esto de estampar el ADN en las paredes de tu salón promete convertirse en lo máximo del interiorismo entre el pijerío noble europeo. El artista, por cierto, lo justifica diciendo que es un modo de hacer emocionante un montón de información -la genética- que pasaría inadvertida. Todo puede parecer bastante irrelevante y también pelín egocéntrico, aunque, si lo pensamos bien, la decoración de todas nuestras casas tiende a ser egocéntrica: fotos, recuerdos, la máscara traída del alucinante viaje africano o la acuarela que perpetramos en el cursillo de pintura. Nada nuevo bajo el sol. Estamos en una era emocional hasta el absurdo. Tal vez después de colgar en las paredes su ADN, las amojamadas realezas pondrán de moda exhibir sobre la chimenea réplicas de sus hígados, riñones, corazón o cualquier otra víscera de sus reales personas para emocionar con ellos a las visitas. En la mayoría de los casos, eso sí, no hará falta disecarlos.

* Escritora