Hubo una vez, en una parte del mundo, unos seres humanos de raza blanca descafeinada, donde sus habitantes no eran felices, porque no tenían casi ni lo básico para vivir con dignidad. Sus hijos apenas iban a la escuela y trabajaban desde niños. Muchos, emigraban a otros mundos de gente aún más blanca y sonrosada. Después de unos duros años de trabajo y ahorro, fueron volviendo casi todos poco a poco, pero también poco a poco, fueron tomando conciencia de su realidad y acabaron revelándose contra las opresiones, las injusticias y los explotadores de un país gobernado por un ser pequeñito y déspota. Entonces, durante décadas -una vez muerto el diminuto repelente- fueron consiguiendo, tras ardua y larga lucha, que los que tenían el poder y los medios de producción, negociaran con ellos para poder tener una vida digna, horarios mas humanos, acceso a la cultura, salarios suficientes, vacaciones pagadas, descanso para el cuerpo y la mente; incluso algunos, consiguieron participación en las decisiones de sus empresas y hasta en los beneficios que ellos mismos generaban con su esfuerzo.

Pero sucedió de repente, que cuando la gente se empezaba a acostumbrar a lo que habían conseguido, se reunieron los más poderosos de la tierra y tras pensárselo muy bien, llegaron a un acuerdo: se irían de todos esos sitios, con sus negocios y sus grandes empresas, a otros lugares más pobres del planeta, donde explotarían mejor y hasta estarían contentos los aborígenes -en su mayoría hombres y mujeres de piel oscura y ojos rasgados- de ocupar el lugar que antes tenían los hombres blancos. Luego, a estos les venderían sus productos, entrampándolos de por vida y haciéndoles tener adicción compulsiva por comprar muchas cosas innecesarias (aunque los pobres ilusos, creían que sí lo eran). Así fue como muchos de los de los que antes creían tenerlo todo, se quedaron cesantes unos, mal pagados otros y peor tratados todos. Algunos cansados de buscar trabajo, se fueron a otros países, pero allí ellos serían de nuevo otra vez, !los inmigrantes!.

Los opulentos mientras, no se cansaban de su vida de despilfarro y frenesí, con grandes y provocadoras fiestas en sus mansiones y barcos lujosos. La vida seguía, pero cada vez la gente era menos feliz, absortas como estaban, en unas pequeñas pantallas delante de su cara todo el día. Entonces, los dirigentes de todos los países, sin distinción de credo, ideología o raza, dándose cuenta de eso, se reunieron preocupados por la suerte de sus habitantes y dijeron ¡¡¡¡Basta ya!!!...¡Ah, perdón, que eso era de otro cuento.

* Diplomado en CC del Trabajo