No pedimos que os gusten, ni que los acariciéis al cruzaros con ellos en la calle, probablemente serán los primeros en ignoraros si intuyen que no les gustáis, entre sus virtudes también está esa: detectar el amor a primer olfato. No es déficit de amor lo que aqueja a nuestros perros, para esos ya estamos nosotros, su familia. Es justamente ese concepto, el del perro como un miembro más de la familia, el que no se entiende en nuestro país, a vergonzosos años luz de nuestros vecinos europeos.

En verano planificamos las vacaciones en función de nuestras necesidades familiares. Si viajamos con niños, en pareja o con personas mayores, siempre encontraremos un plan que nos encaje a la perfección, excepto si la familia incluye -por supuesto- a nuestro perro, ahí empiezan las dificultades, especialmente en nuestro país, donde viajar con perro produce tanto rechazo como hacerlo con un maletín cargado de uranio. De todas las absurdidades que soportamos las familias con perro, el transporte gana por goleada.

Renfe considera que solo los perros mini (hasta 10 kilos) tienen derecho a viajar previo pago de un porcentaje del billete, pero el animal deber ir encerrado en un transportín o jaula y a nuestros pies. Vende una plaza dos veces, pero solo un humano puede ocuparla. Viajar en avión con un perro en bodega es una lotería para la salud del animal; y en autocar, apenas una compañía promociona compartimentos independientes en el equipaje.

Mientras, en Suecia, Austria, Dinamarca o Alemania, los trenes admiten perros de todos los tamaños sin necesidad de jaula. En Francia, además, son bienvenidos en el transporte público independientemente de su tamaño. Ni lo intentéis en un autobús de cualquier provincia española. Ando estos días en Italia, con mis dos perras. Los primeros días, apurada, intentaba reservar siempre en la terraza de cualquier restaurante. Solo he encontrado negativas: en la terraza hace mucho calor para los animales, mejor dentro con el aire. Igualito que en España.

* Periodista