Los asesinatos de líderes medioambientales se duplicaron del 2002 al 2017. Según un artículo publicado en Nature Sustainability, en 15 años fueron asesinadas al menos 1.558 personas en 50 estados, las cuales protegían tierras, agua o fauna local. Durante este periodo, la media de asesinatos pasó de dos a cuatro por semana.

Los recientes incendios en la Amazonia han puesto de relevancia el papel de muchos de estos activistas, en concreto de los pueblos indígenas, en la protección de la reserva de casi la mitad de la biodiversidad del mundo. El año pasado, 400 pueblos indígenas promovieron la creación del corredor ambiental Andes-Amazonas-Atlántico, con la finalidad de proteger 200 millones de hectáreas que recorren nueve países. El Amazonas cuenta con 135 hidroeléctricas y 55 millones de hectáreas cedidas a la minería que amenazan su ecosistema.

Tal y como escribe Patricia Manrique en el libro Feminismos a la contra, los movimientos feministas en América Latina han contribuido a la reactivación de la lucha contra el extractivismo en el continente. Del 9 al 14 de agosto, mujeres representantes de más de 130 pueblos originarios de Brasil, el Estado con más activistas medioambientales asesinados del mundo, se reunieron en la Primera Marcha de Mujeres Indígenas del país. Debatieron sobre la representación de los indígenas en las instituciones y sobre la defensa del territorio frente al Gobierno de Bolsonaro y las empresas agrícolas, ganaderas, madereras e hidroeléctricas.

El activismo medioambiental está en el candelero mediante la figura de Greta Thunberg, blanca y occidental. La globalidad de la amenaza climática requiere de alianzas transnacionales que superen las viejas jerarquías de etnia y clase. Solo así se puede entender la responsabilidad de cada uno de los actores planetarios tanto en la perpetuación como en la prevención del calentamiento global. Reconocer la lucha de los pueblos indígenas, y apoyarlos, forma parte de ello.

* Periodista