Soporto y abandono, no exento de irritación, la parrafada del típico viejo culto, consagrado de toda la vida a contarnos su importantísima historia personal. ¡Y el patio lo aclama y premia por viejo leído, je! Lo adoran al margen de su cerrazón, de su convencimiento en todas y cada una de las tonterías que sostuvo y restituye en forma de máximas recurrentes contra moros, droga, comunistas, etc. Me pregunto qué clase de libros ha leído y para qué, si no fue una simple y llana manera de interpretar nuevas justificaciones para sus mitos y obsesiones y lobotomías infantiles. A propósito; estos viejos, cuando nos han salido literatos de Corte Inglés, recurren continuamente a sus niñeces, calles, plazas de los Madriles y las Barcelonas con sus amigotes y tertulietas y tooooda la intelligentsia vomitadora de versos archimachacados en reuniones postureras preñadas de nostalgia de universitario posguerrista. Tochos donde siempre late gris, húmedo y meado, el internado de sotanas y narraciones onanistas, traumáticas, los peos comunes de una generación muy respetable pero anclada en un vacío provinciano que se retroalimenta infinitamente y morirá en su querido y mítico Chueca, Gracia, siempre lo mismo, para cuatro amigotes y de nuevo el cura y el trauma y la posguerra, etc.

«Alguien dijo» (como siempre) que Orson Welles decía solo creer en la juventud y la ancianidad, que los de la mediana no le ofrecían el menor respeto. Si lo dijo sería ya de viejo, cómo no. Yo esto me lo paseo por el forro, y opino que determinados viejos de entrecano forro deberían cerrar la boca para siempre, dejar de meter su miedo, y cambiarse a los cuentos infantiles, la novela erótica o el artículo deportivo. Es que da asco recibir vuestra batallita, vuestro mensaje para nadie. ¡Por Satanás, no toméis ejemplo vosotras, viejas ilustradas del mundo! Prefiero vuestra mala leche a la gerontotontería masculina.

* Escritor