Existe un método de tortura retorcido y siniestro que se ha dado en llamar «bota española». El torturador ajusta a la pierna, en mayor o menor extensión, dos planchas rematadas de tacos o pinchos. Estas planchas se comprimen o los tacos se golpean con un mazo, y la pierna queda irremediablemente dañada, reducida a pulpa de hueso y eco de gritos. La familia de este instrumental es amplia, la he visto en el museo de la calle Manríquez. Otros modelos-adorados por la escuela de torturadores francesa- destruyen el pie comprimiéndolo dentro de la bota, mediante una prensa accionada por tornillos. El daño en los pies es dogmático entre torturadores. De entrada, la debilidad del miembro y su poder de irradiar dolor son manifiestos. Pero es que además un sujeto con los pies dañados no puede huir, ni rebelarse, ni mantenerse en pie. Es un ataque estructural del que no se espera supervivencia.

Un mal zapato, con tiempo suficiente, atrapa el pie como un cepo y reduce el mundo a esquirlas y desesperación. Parece ser que en las asambleas godas electores y orador debían estar de pie, y el orador incluso precariamente apoyado en una sola pierna, a fin de que, si se alargaba, el tobillo le fallara, echara el pie a tierra y tuviera que callarse, como el que suspende el examen de moto.

Tiene un pie dañado que destruye cualquier otra atención y pensamiento. Engendra monstruos de ira e impaciencia. Esto es estrategia elemental que comparto con los organizadores de conciertos: la duración del acto no puede ser superior a la resistencia de los pies. Empiecen y terminen puntuales. Es un dilema repugnante dudar entre un segundo bis (con su teatrito algo ridículo pero entrañable) y huir a quitarse los zapatos y poner los pies en alto, maldiciendo al grupo y sus grandes éxitos. Cierto nivel de calidad y ciertas cotas de talento y gloria pasan por respetar los pies ajenos.

¿Quieren hacer esperar a alguien? Ofrézcanle un sillón mullido. Calipso y Circe, si está todo escrito. Es con vida eterna y manjares sin tasa y todas las fruslerías y, cuando acuerdas, Ulises se está chivando para largarse, ¿qué no pasará si no tiene dónde tumbarse y las sandalias le aprietan? ¿Cuánto tardará en calar a Calipso si el nudo de los cordones se tensó en abril y pasan los meses y el hombre no sabe ya cómo ponerse, y pese a las muchas promesas de comer por jabatos y beber por litros, sigue clavado de pie sin ir a ninguna parte, atornillada la bota invisible?

Explican Dwivedi y Mohan que la identificación de medios con fines (por ejemplo, confundir el medio «formar gobierno» con el fin «gobernar») genera sociedades sin cambios, en las que se interrumpe el desarrollo de las libertades y se vive en una especie de limbo esclavo del pasado, como Ulises atrapado en la isla de Calipso. El estudio de las consecuencias de esta confusión se denomina calipsología. España, 47 millones de calipsólogos de campo, las tibias licuadas, deseando quitarse los zapatos.

* Abogado