Nuestro hoy se había formulado ya con anterioridad. Los griegos, entre otros pueblos, se referían a la rueda de la Fortuna, representada las más de las veces de forma circular, lo que quiere decir que tiempo después se pueden repetir acontecimientos; buenos ejemplos los tenemos en los sopistas medievales y estudiantes nocherniegos, con su música y su canto que preceden a los actuales tunos.

La actualidad más próxima nos lleva a la UE, o lo que es lo mismo, al paraíso de las economías privadas donde confluyen fórmulas conservadoras, ultraconservadoras y neoliberales de la Europa casi toda. Los países pierden la pellica por pertenecer a ella, pues parece una forma salvífica que respeta desde las unidades de destino en lo universal -como dijo una vez un adelantado de la ultraderecha actual- hasta las llamadas eufemísticamente, en los encuadres constitucionales, economías mixtas de mercado, y poco más. No caben coqueteos. El ciego del Lazarillo sabía, porca miseria, que los buenos eran los nombrados a dedo, aunque fueran vetados con anterioridad para ocupar puestos de relevancia en la carrera judicial o hermanas de personajes que neutralizaban el principio de igualdad y mérito con varias carreras y algún doctorado de ringuirrango; es bien sabido que la idoneidad no la da solamente el desempeño de la función con más o menos fortuna, pues que el compartir un grupo sanguíneo no es pequeña cosa como mérito complementario decisivo.

Dentro de la aldea global, expresión ocurrente donde las haya, coexisten gestos heroicos de los más jóvenes de países africanos para ser aceptados como adultos con jóvenes de algún país del norte europeo que pescaba ballenas como demostración más palpable de autosuficiencia ante sus congéneres. La economía se convierte en fín por sí misma y las personas se subordinan a esa idea, para explicar de una forma sintética que han ido cambiando las cosas, en ese proceso de suplantación de medios y fines como acertadamente vieron Valentí Fuster y José Luis Sampedro en un coloquio a corazón abierto. Las zonas ricas creen con facilidad poder comprar tierras y voluntades, todo es cuestión de cifras.

Un presidente ridículo pone precio a la voluntad de algo más de cincuenta y tantas mil personas y una zona helada que encierra multitud de recursos. Ha pasado tiempo desde que sus antepasados compraron Florida, Luisiana y Alaska para sumar más estrellas al trapo. Da paso a la hilaridad del personal del Parlamento danés, y muy particularmente de sus representantes de Groenlandia en el mismo. Esperemos no dar la razón al «cosas veredes». ¿Cuáles son los buenos, amigo Sancho?

* Profesor, escritor y ensayista