U no de los denominadores comunes del verano son los viajes. Siempre he pensado que tenemos un cromosoma común a la especie humana oculto a la fecha, una especie de cromosoma «n» o «nómada», que explique ese impresionante deseo de todo el mundo, sin distinción, por cambiar durante unos días el lugar de su residencia. Cada vez se viaja más, desde edades más tempranas, y no solo por turismo ocasional, sino por negocios o formación. Los que están en la costa quieren irse al interior, y viceversa. Los que están fuera quieren volver y los que están dentro desean marcharse. Los del norte al sur, y los del este al oeste. Los del campo a la ciudad, y los de la urbe al campo. Pero ¿por qué queremos abandonar nuestra zona de confort? Si decimos que como en casa no se está en ningún sitio, ¿por qué ese deseo de dejarla a toda costa, puliendo los ahorros y superando tantas incertidumbres? Hay muchos motivos psicológicos para comprender esas caravanas infinitas de vehículos y esas estaciones atestadas de pasajeros. Los que venimos de la generación baby boom llegamos de un mundo de escasez y limitaciones, en blanco y negro, donde se valoraba más el ahorro y las posesiones. Ahora se vive de otra manera, y se valoran más las experiencias vividas que los planes de pensiones. Ya decía san Agustín que el mundo es un libro, y quienes no viajan leen solo una página. Pues a leer tomos enteros.

Para algunos, entre los que me incluyo, viajar tiene un efecto regenerador, que nos recupera del estrés y la tensión, bien desconectando de la rutina diaria o experimentando sensaciones nuevas, ya sea desde el ocio activo o pasivo, según edades y gustos. También están de moda los viajes de compensación o integración social, en los que ayudar a personas necesitadas aporta un plus de bienestar, de utilidad y de conectar con determinados aspectos humanos que sentimos lejanos en el día a día. Sin duda, existe también una motivación de huir y escapar de la jungla de los horarios y los atascos de tráfico, de las dictaduras de las agendas, para adentrarnos en territorios desconocidos donde nos sentimos exploradores y dueños de nuestra vida. Necesitamos conquistar espacios de libertad lejanos a nuestros entornos cotidianos. Otros se desplazan para fortalecer sus relaciones sociales, bien con familiares o amigos. También se viaja con fines formativos, para aprender cosas nuevas: todos hemos visitado monumentos y museos, lugares donde se narraron hechos reconocidos por la historia que queremos conocer in situ, de primera mano.

Viajar nos permite crear nuestras propias historias y tener una invaluable lista de memorables experiencias. Cuando viajas, abres tu mente y tu vida tiende a mejorar aprendiendo de otras culturas y formas de pensar. Te descubres a ti mismo y sales de tu zona de confort. Descubres talentos y habilidades que tenías guardados, interactuando con otros viajeros, culturas y creencias. Agradeces más a la vida pues aprendes a disfrutar más cada lugar y ves el mundo de otra manera. Aprecias los momentos más que las posesiones. Vives el presente. Te das cuenta de que la vida existe solamente ahora, por lo que disfrutas cada momento de tu viaje. Aprendes a reconocer todo lo que tienes alrededor. Viajar ensancha el tiempo y agudiza los sentidos, pues percibes y describes el mundo a través de los mismos. Ya conocen el refrán: «El que viaja, vive dos veces». Ánimo con la maleta.

* Abogado y mediador