Agosto va declinando y la época de las vacaciones enfila ya su recta final. Y es que todo pasa, todo transcurre entre multitud de cauces para todos los gustos: alegrías, gozos, sufrimientos, horizonte luminosos o difíciles problemas. Agosto nos ha ofrecido multitud de ferias y de fiestas, que proseguirán también en septiembre, y casi podríamos decir a lo largo del año, con otros ropajes y colores. Al fin, se trata de contemplar la vida como un banquete, como una fiesta, eso sí, en medio de luchas y enfrentamientos. La solución está en acertar con las claves esenciales para superar obstáculos y alcanzar metas. Quizás una de esas claves podemos encontrarla en unas palabras del recordado Papa Luciani, Juan Pablo I, escritas en unos apuntes suyos sobre la importancia del amor: «Con frecuencia el único amor posible es el de la calderilla. Nunca tuve ocasión de arrojarme al agua de un arroyo desbocado para salvar a un hombre que se ahogaba. Pero con mucha frecuencia se me pidió prestar algo, escribir una carta, dar una sencilla información. Nunca me salió al encuentro un perro rabioso, pero con frecuencia me asaltaron moscas y mosquitos molestos. Nunca fui perseguido o flagelado, pero, ¡cuántas personas me molestaron en las calles con sus grandes gritos o con la radio a todo volumen! Ayudar, en lo que puedo, no enfadarme, mostrar comprensión, permanecer, en lo posible, tranquilo y amable: esto quiere decir amar al prójimo, sin grandes palabras, pero de verdad».

La idea del Papa Luciani, expresada con estilo gráfico y con tanta sencillez, es, sin duda, muy importante. Todos tenemos experiencia del gran valor que poseen los gestos sencillos y que, sin embargo, son tan preciosos en una ciudad deshumanizada. ¡Qué agradable es encontrarse una persona amable en una ventanilla, alguien que nos cede el paso en el coche, una sonrisa en vez de un improperio, una alabanza en lugar de una crítica destemplada y mordaz, y tantos pequeños detalles que, como decía Luciani, significan «amar al prójimo, sin grandes palabras, pero de verdad». ¡Cuántos de estos detalles podríamos tener hacia el prójimo, sobre todo, en este tiempo de vacaciones! Y, sin embargo, no nos podemos quedar solo en los pequeños gestos. Hay situaciones en la vida que piden mucho más de nosotros. Ahí están nuestros ancianos, a quienes tanto debemos, a los que quizás atendemos poco, y cuya situación nos puede pedir importantes sacrificios; ahí están los emigrantes, con su carga de búsqueda y de incertidumbres; ahí están esas caravanas de jóvenes que quieren «comerse el mundo» y, quizás sin darse cuenta, son ellos los «devorados» por oleadas imprevistas en medio de mares atrayentes. Todos ellos son también nuestro «prójimo». La tentación permanente que todos tenemos es la de no «querer mirar» las imágenes duras y crueles, pasar de largo las páginas de política internacional de la prensa, no pensar un instante en la parte de responsabilidad que nos corresponde en las distintas tragedias. No es fácil decidir lo que podemos hacer, pero, en los caminos de la vieja Europa hay miles de hombres y mujeres heridos y muertos. Y casi siempre, cerca de cada uno, podemos constatar un problema, una angustia, una soledad. Cerca de nosotros, en los caminos de nuestra vida, hay siempre un prójimo que necesita de mi ayuda y al que hay que amar y servir «con todo el corazón». A veces, bastará solo ese «amor de calderilla» que nos recomendaba el Papa Luciani. Y que siempre lo tenemos al alcance de la mano.

* Sacerdote y periodista