Patriota de acendrada estirpe, Vladimir Putin no se ha cansado de repetir en las más diversas tribunas su honda convicción que hace de la abrupta desaparición del imperio soviético el mayor cataclismo de la geopolítica del ocaso del siglo XX y el orto del XXI. Con inembridable nostalgia de una Rusia, la nación más extensa del planeta, que usufructuaba con toda plenitud la condición de primera potencia mundial en áspero duelo con su adversario yanqui, Putin no se ha preguntado nunca -al menos, coram populo- cómo y por qué un Estado de tal magnitud, con medios de todo tipo en escala a menudo gigantesca, se colapsó de manera tan subitánea y sorprendente. Misterio sin duda de una personalidad un punto enigmática y ahormada sustancialmente en su dimensión pública por el amor ilimitado a su patria. En su vivencia de este, no existe solución de continuidad alguna entre las etapas más refulgentes de la Rusia de los zares y la forjada por Lenin y Stalin. Todas ellas tuvieron, en su perspectiva, el común denominador de la incomprensión de Occidente, desde el Papado moderno y la Ilustración hasta el Liberalismo y la Democracia parlamentaria. En tan frontal desencuentro echa, en su sentir, sus raíces más profundas el rechazo que el autoritarismo nacionalista de su mandatario provoca en la actualidad en las cancillerías y medios de comunicación de Occidente.

En las semanas precedentes a la importante convocatoria electoral de comedios de setiembre próximo, es decir, cuando estas líneas se pergeñan y llegarán a manos de sus amables lectores, se encuentran aquellos repletos de información gráfica y variados comentarios acerca de lo que dicha cita con las urnas suscita en la opinión pública rusa. El repudio en sus más diversas manifestaciones a una convocatoria, considerada trucada por la oposición interna y una porción muy influyente de la exterior, es el rasgo más subrayado de ambas. Pero bien que en la coyuntura hodierna no haya conducta más apropiada para sentar plaza de atrevido arúspice y enrolarse entre los más ahincados defensores del ridículo que echar su cuarto a espadas en materia de sufragios y comicios electorales, es, con todo, harto probable que el grande y pétreo apoyo de la Rusia “profunda” a su líder no se agriete en proporciones considerables para poner en peligro el poder de uno de los políticos de los inicios del tercer milenio que acaparen más capítulos de los libros de Historia de los escolares y de los universitarios que reciban el legado de las generaciones de nuestros días. Contra cualquier fundado pronóstico y cálculo asaz meditado de la intelligentzia occidental, los sucesivos emplazamientos electorales de Putin rebasaron crecidamente las esperanzas de sus millones de adeptos en las capas más extendidas e influyentes numéricamente de la población. Claro es, sin embargo, que en muy pocas ocasiones como las actuales la economía ha mostrado una faz menos agradable y un horizonte más aborrascado. Pero, no obstante, ¿vencerá la Historia o la Economía?

* Catedrático