La Organización de las Naciones Unidas se creó para mantener la paz en el mundo y solucionar problemas globales. La evidencia del fracaso en la consecución de sus fines fundacionales -y la imperiosa necesidad de mantener las mamandurrias que disfrutan sus más de cuarenta mil enchufados- le hacen moverse a diario entre el esperpento y el ridículo.

Sin descartar que la elección de la ciudad de Ginebra se debiera a una evocación provocada por la afición al bebercio, los autoproclamados expertos de la ONU optaron por la ciudad suiza para dar a conocer la principal causa del calentamiento de nuestro planeta: los pedos de las vacas. Al parecer, los millones de vacas que pastan por el mundo, tras miles de años de existencia ociosa, han decidido ahora dar rienda suelta a sus ventosidades, impregnando la atmósfera con altas dosis de metano que están convirtiendo la Tierra en un horno de asar. La proximidad de centenares de vacas suizas y la tendencia al cuesco de Hans-Otto Pörtner -presidente del grupo de sabios- hicieron irrespirable el ambiente de trabajo de la comisión investigadora, precipitando por ello una conclusión que, lejos de tender a solucionar esta súbita aerofagia bovina, propugna la supresión de la carne como parte de la dieta humana y, por extensión, la extinción de la especie vacuna. No albergaba la esperanza de que los diplomáticos conocieran el decir de Quevedo («llega a tanto el valor de un pedo que es prueba de amor»), pero tras la expeditiva medida exterminadora subyace un cierto tufillo intervencionista del lobby animalista que, por intereses crematísticos, anda empeñado en convertir al tofu en base de la pirámide alimenticia. Algo huele a podrido.

En la actual dictadura de lo políticamente correcto, la persecución a la ventosidad emprendida por un móvil tan espurio condena al olvido certeras reflexiones llevadas a cabo por egregios autores a lo largo de los siglos. Así, desde el edicto Flatum crepitumque ventris in convivio mettendis promulgado por el emperador Claudio, que establecía cómo debían los comensales expeler las flatulencias durante las comidas, hasta la profética afirmación de Camilo José Cela -«el pedo es un arte que se está olvidando»-, filósofos, dramaturgos y reyes han reconocido la importancia del flato, que bien podría resumirse en el inveterado dicho popular de «quien mea claro y pee fuerte aleja la muerte». Urge una rectificación de la ONU bajo amenaza de abandono, pues como decía aquella pancarta enarbolada por un aleccionado franquista en la Plaza de Oriente en 1946 «si ellos tienen ONU, nosotros tenemos dos».

Ayer puse fin a mis vacaciones en la bella Asturias dando cuenta de una canónica fabada acompañada de su chorizo, morcilla y tocino entreverado. Que no se entere la ONU.

* Abogado