La gran batalla pendiente sigue siendo la igualdad y la libertad, y mientras este binomio no se cumpla no se puede hablar de democracia; si además esa carencia va aderezada con la confusión de ciertos conceptos, mal futuro nos espera.

A Napoleón se le atribuye la afirmación de que el porvenir de un hijo dependía de la madre y se entiende en el sentido de que se nutriría de las características maternas, valores y expectativas que le serían inculcadas al educarlo, sobre todo teniendo en cuenta que el peso de los cuidados a los hijos recaía fundamentalmente en la madre. No le faltaba razón en el sentido de que la educación y el modelo que una madre trasmite a sus hijos, hombres o mujeres, va a tener una influencia vital en el desarrollo de la personalidad de los sujetos, porque quienes determinan los rasgos fundamentales de su carácter son, en primer lugar, la familia, con sus valores y afectos, y en segundo lugar, el resto del entorno, tanto en el aspecto socializador como en el educativo; por eso es tan importante la implicación de padre y madre en la educación de los hijos como factor de cambio, tanto en los aspectos sociales como en los referentes a la igualdad de género.

Sin embargo, el contrapeso que un sector social ejerce y expresa en contra de la igualdad real y en detrimento de los derechos de las mujeres refleja una realidad poco esperanzadora porque parece que, en lugar de avanzar juntos, esté aflorando cierto temor masculino al reconocimiento de la capacidad de liderazgo, el poder de convocatoria e influencia en el terreno social, político y económico por parte de las mujeres, causando a veces la sensación de que a algunos les parece amenazado su coto tradicional de poder y los privilegios que en el mundo de la desigualdad siempre les fueron propios a los varones. Afortunadamente, no todos los hombres perciben esos temores y, además de compartir el derecho a la igualdad, lo defienden.

A día de hoy, las circunstancias, aunque prometedoras y muy distintas de otros tiempos, siguen siendo desiguales y muchas veces muy penosas para la mujer. Cuando una mujer muestra criterio propio e independencia y es segura de sí misma, con capacidad de liderazgo y formación suficiente para triunfar en cualquier campo, mientras que esta capacidad en el hombre es muy valorada, en la mujer se interpreta de otro modo. Cuando se habla de que «es un hombre con carácter» se dice que tiene dotes de liderazgo; si se trata de la mujer, sistemáticamente se dice de ella que «tiene mucho carácter» pero entendiéndose por tal que lo que ella tiene es mal carácter y cargando las tintas de todo lo negativo que supone para su condición de mujer a la hora de valorarla y aceptarla como posible pareja, simplemente porque tiene ideas propias y no se muestra sumisa y callada, y si además puede alcanzar por sí misma aquello que se propone, ¿qué papel va a tener en la vida de ella el hombre? Olvidan esos hombres que tener desarrolladas las capacidades como personas y con independencia económica o sin ella, los afectos y los lazos sentimentales no están reñidos ni son incompatibles con el desarrollo y la autonomía personal.

Cuando los hombres hablan de estas mujeres como «insoportables», «con mal carácter», o las descalifican comentando de ellas que «tiene unos prontos...», simplemente porque se ven sorprendidos por una respuesta que no esperaban, o porque carecen de argumentos sólidos para rebatírsela, de alguna manera no están siendo conscientes de que esa mujer que tienen delante no es necesariamente dura, prepotente, irrazonable, caprichosa, mal educada o una rival; simplemente están hablando de sus miedos masculinos frente a una igual que ni es ignorante ni asustadiza y que posee argumentos de peso para contraponer y expresar un criterio fundamentado, sea en el terreno profesional, social, familiar o personal, sin que eso signifique ataque o menosprecio alguno al hombre con el que comparte trabajo, pareja, tertulia o militancia de cualquier tipo.

Es una pena que en muchos casos sea precisamente en la familia, y más aún en la pareja, donde más se penaliza la capacidad y el carácter de la mujer cuando se aparta del modelo de sumisión esperado, el modelo patriarcal imperante, cuyas consecuencias suelen pasar por el precio de aceptar el «techo de cristal» en lo profesional, o quedarse solas en lo personal.

Resulta sorprendente que algunos hombres que se autodefinen defensores de la igualdad, feministas y de izquierdas, cuando una mujer ha sido herida emocionalmente se muestren estupefactos y le digan «que eso te afecte no lo puedo entender en una mujer de carácter como tú». Señores: los sentimientos, la sensibilidad y la empatía no son ajenos a las mujeres fuertes, emprendedoras, formadas y competentes, ni deberían ser ajenos a los hombres porque, cuanto mayor sea el desarrollo personal del ser humano, mayor debería ser su sensibilidad y empatía y más nos acercaría al conocimiento mutuo y a relaciones más sanas.

* Graduada en RR.LL y Recursos Humanos, Universidad de Vigo. Graduado Social U. Santiago