Hace unas semanas, Taylor Swift, sumida en el aura de positividad de su nuevo disco, Lover, publicó You need to calm down, una canción de amor sarcástica hacia los tiempos que vivimos. La canción habla, con ironía y una melodía muy pegadiza, de cómo algunos se convierten en la peor versión de sí mismos en las redes sociales, y eligen ser mezquinos y crueles, escondidos detrás del ordenador. La canción suma ya más de cien millones de reproducciones, y cada día es más certera.

A veces basta con un simple comentario, una gracieta hecha tuit para despertar el odio de completos desconocidos. Insultos y ataques personales se suceden vertiginosamente, hilvanando una realidad de la que muchos de nosotros somos vagamente conscientes, pero que son el día a día de personajes públicos. El rencor se expande como el fuego en monte seco, y es imposible apartar la mirada. Me fascina y horroriza a partes iguales pensar que personas adultas sean capaces de bajar al barro a insultar impunemente a desconocidos en las redes sociales. Los imagino aporreando sus teléfonos móviles, con maldad y amargura, disfrazando sus tuits de libertad de expresión, rebajando la condición humana a mínimos insostenibles.

No sé si Cioran tenía razón cuando dijo que el ser humano debía desaparecer, pero cuando ves tanto odio, tantas ganas de hacer daño sin motivo... Se antoja un final inevitable. Y es que si perdemos nuestra humanidad, la capacidad de contextualizar, empatizar y darnos una oportunidad los unos a otros... Poco nos quedará de humanos y, aún respirando, habremos desaparecido.

Las redes sociales nacieron con la intención de unirnos y las hemos convertido en armas de destrucción masiva. Es la cultura del daño, el reino de zombies sin rostro que atacan sin pensar, escupiendo barbaridades en la oscuridad, apretando el gatillo sin firmar la bala. Nos peleamos sin mirarnos a la cara, y así las palabras no valen nada. Es la era de la guerra innoble, vacía y sin nombre, la guerra del infeliz que se pasa los días atacando a ciegas desde el anonimato, hundiéndose en la trinchera del cobarde.

* Periodista y músico