“De qué sirve una izquierda que pierde, incluso, cuando gana?". La respuesta la debería tener clara el autor de la pregunta, el candidato socialista frustrado, Pedro Sánchez. De nada. Es una izquierda inútil, incapaz de formar un Gobierno, incapaz de interpretar la voluntad de la ciudadanía muy recientemente expresada en las urnas. Ahora, tras el fracaso, no se les ocurre mejor idea que pedirle al pueblo que se lo piense, que se anime, no se abstenga y confíe, otra vez, en ellos.

Este jueves era un día grande. Parecía que iba a ser posible un Gobierno progresista en un momento en que, incluso teniendo en cuenta las carencias de una derecha convaleciente, resultaba conveniente para todos. Por fin llegaba el final de la Transición, ya éramos maduros para tener un Gobierno de coalición de izquierdas, pero, no, no acaba de verse la luz de otra transición que suponga la modernidad definitiva, más homologable a las mejores tradiciones democráticas de nuestros vecinos. No parece viable un Gobierno de esa naturaleza, quedan muchas incógnitas sobre el porqué, pero es constatable el estado de desánimo de mucha gente y también de desconfianza en la clase política. Cuarenta años no han sido suficientes para que la izquierda crezca y abandone sus indigencias juveniles.

La España democrática no ha sido capaz de transformar el resultado electoral en una opción viable, y eso debería preocupar. Las negociaciones, por llamarlas de alguna manera, se han ganado estar en la cima del ranking de las peores de Europa, mérito del aspirante. Todo ha sido al revés, los socios preferentes se han tratado como enemigos preferentes, filtraciones, manipulaciones, fango, opacidad, mentiras, shows mediáticos y muchas víctimas, quizá, la mayor de todas ellas, la verdad.

La propia sesión de investidura fue poco adecuada a sus fines, es decir, salir investido. Aristóteles brincaría releyendo su obra: Retórica. Nada de empatía, falló el 'pathos', ¿a quién dirigía el discurso el candidato?, falló el ethos, faltaba credibilidad. Si acaso, el discurso, denso, recababa algunas complicidades.

Un fracaso para la izquierda, cuando mejor lo tenía y cuando era más esperada, cuando los peligros de regresión son mayores desde las asonadas golpistas de los primeros tiempos. Sin diálogo, sin confianza, sin inspirar esperanza en el futuro: ¿septiembre? La izquierda ha fallado al pueblo, además, ha dejado su voluntad entusiasta y participativa en manos de spins doctors y aprendices de brujo.

Mientras escribo, escucho las reacciones. Es insoportable que la izquierda piense en relatos, en vez de repasar los clásicos y asomarse a la ventana europea donde la coalición es casi la norma. No solo se hunde la praxis de la izquierda, se abona a un lenguaje miserable que solo produce heridas y dinamita puentes.

Dice la derecha de Albert Rivera que los aliados posibles, reales o imaginarios de Sánchez , son una banda. No estoy de acuerdo con ese lenguaje chabacano pero, desde luego, se aproximan a una murga disonante.

Estamos decepcionados, pero somos nosotros. Parafraseando a Augusto Monterroso: los enanos, la izquierda, tenemos un sexto sentido que nos permite reconocernos a simple vista.

* Analista político