El título puede sonar futurista, pero no lo es. La aprobación de los presupuestos de la Unión Europea para el próximo septenio será uno de los primeros objetivos del flamante nuevo Parlamento Europeo.

La premisa es que estos presupuestos se ejecuten en un contexto de inestabilidad. Aunque algunos de los retos que se vislumbran tienen estimaciones fiables, como el envejecimiento de la población europea o los efectos del cambio climático, la mayoría son de difícil estimación: la tortuosa administración Trump, las crisis migratorias, o problemas políticos internacionales con países terceros como Siria y China. Con este panorama, y con la experiencia de gestión de crisis previas, la Comisión ha realizado un esfuerzo para dotar de más flexibilidad el siguiente presupuesto.

La Unión Europea no tiene capacidad de endeudamiento, por lo que los gastos no pueden superar los ingresos. Veamos los dos lados de la ecuación. En referencia a los ingresos, se prevé la aportación del 1,11% del PIB de los países miembros, aunque existen fuertes presiones para que se reduzca este importe hasta el 1% y, además, queda el agujero del generoso cheque del Reino Unido. ¿Cómo suplir la aportación británica? A través de la diversificación de las fuentes de ingresos. La comisión pone sobre la mesa un abanico de posibilidades que el Parlamento y el Consejo Europeo deberán discutir. Una de las medidas que tiene más probabilidades de ser aceptada es una contribución nacional basada en los residuos de plástico no reciclados.

Vayamos a la segunda parte de la ecuación: ¿A qué se destinaran estos recursos? La partida de investigación e innovación es el presupuesto que más crece. Entre Estados Unidos y China, Europa se sitúa como el hermano pequeño, no es competitiva tecnológicamente y necesita de un fuerte empuje para ser relevante en estos sectores con tanto potencial. La gran apuesta es por el ITER, el Reactor Experimental Termonuclear Internacional, que se está construyendo en el sur de Francia. Una macroinversión de 24.000 millones de euros. Además, la comisión realiza una evaluación positiva del Plan Juncker de inversiones estratégicas europeas y prevé una segunda edición rebautizada como InvestEU.

En referencia a la clásica aportación al desarrollo regional y de cohesión, en la propuesta actual España saldría beneficiada. ¿Los motivos? La baja renta per cápita, el elevado paro juvenil, y la incidencia del cambio climático sobre el territorio entre 2014 y 2016. En términos relativos, la partida que más aumenta es la destinada a la gestión de migración y fronteras. Imprescindible para mejorar la imagen de una Unión Europea que no ha sabido reaccionar ante las crisis migratorias, y una de las apuestas principales para paliar el envejecimiento de la población europea.

En los próximos meses, habrá fuertes negociaciones entre los países miembros que matizaran estas partidas con la presión que un retraso en la aprobación del presupuesto conllevaría un año sin inversiones, tal y como sucedió en el 2014. Un escenario nada deseable.

*Profesora Universidad Pompeu Fabra