Se cumplen ocho años del 15-M. Miles de personas desafiaron al gobierno y a la clase política, representada por un bipartidismo de cuarenta años. Comenzó a escucharse el «Sí se puede».

Las políticas del PP para encarar la crisis provocada por ellos, calaron en la población, sobre todo joven, en forma de indignación. Luego vino el 22-M en las marchas de la Dignidad -con mas de un millón de personas en Madrid- se rodeó el Congreso y la respuesta del Gobierno fue leyes mas duras y represión. Al poco, surge como partido Podemos y da la sorpresa en las europeas, aunque todavía IU en la izquierda, fuera mas votada. Pero la izquierda comenzaba a sumar. Se oye hablar de «La Casta». El Poder, «crea» Ciudadanos y a Rajoy le da aire el PSOE de los barones.

Ese casi 22% de voto de UP en 2015, en parte, era por capitalizar la indignación del 15-M, así como por moverse como pez en el agua en la universidad y las redes sociales, pero porque desde los centros de poder y los trust de la comunicación, deciden que es bueno para salvar el sistema, que el voto de la izquierda se divida (aunque se les fuera de las manos, como ahora con Vox). Todo parecía salir bien, pero el movimiento asambleario de Podemos, decide constituirse como partido, sin armonizar las corrientes Anticapitalistas, Errejonistas o Pablistas. Convocan una gran concentración en Madrid ellos solos, en contra de la filosofía del 15-M y de la gran movilización de las Marchas de la Dignidad, pero luego a nivel municipal y siendo conscientes de su poca implantación territorial, en 2015 desde Podemos prefieren promover e integrarse en una ensalada de siglas y nombres (En Comú, Ahora, Mareas, Ganemos...) en las que Podemos creía ser mayoritario, pero que salta por los aires este mismo año. Por otro lado, su ingenuidad es casi de manual; cometen errores infantiles, como la casa de Galapagar, después de jurar no moverse de Vallecas -amplificado injustamente por los medios- más la propaganda-basura sobre Venezuela, el asistente de Echenique, la salida de Bescansa, Alegre, Errejón, etcétera consigue hacerles tambalear.

En estos años, el afloramiento del independentismo catalán, después de la maniobra del PP de echar para atrás un nuevo estatuto de Autonomía (similar al de Valencia) secundada por un Tribunal Constitucional a su medida, coge desprevenidos a Podemos y a IU de Alberto Garzón, que solo consiguen que su propuesta sea más entendida en el extranjero que aquí; lo demás lo hace la «guerra de las banderas», en ellas la izquierda, se queda sin palo que sujetar.

El PSOE y Pedro Sánchez son aupados al Gobierno por U.P. y los partidos periféricos, incluso poniendo Pablo Iglesias más interés y esfuerzo que el propio Sánchez en la primera moción de censura que triunfa en 40 años. El voto útil de la izquierda se traslada a un PSOE que apenas tres años antes se debatía por no acabar en cuarta posición. Como siempre, el PSOE es el gran beneficiado de lo que otros hacen, como ocurrió durante el franquismo (la lucha de otros) y la Transición (los votos para ellos). Actualmente la esperanza de que las fuerzas de izquierdas gobiernen este país es una quimera; que U.P. se empeñe en dar oxígeno a Pedro Sánchez es un error estratégico, y los últimos acontecimientos para formar gobierno lo han dejado claro, se repite la misma historia que con Felipe González en los noventa.

Por otro lado, la lucha del poder mundial entre China y Estados Unidos, la guerra encubierta de Oriente Medio y las luchas sociales en América Latina no auguran un horizonte de estabilidad en la economía de Occidente. Además, las luchas internas fragmentan cada vez más a Europa y a EEUU. El brexit, los partidos independentistas, nacionalistas y de extrema derecha recorren occidente y por otro lado, ¡ojo! las ideas socialistas en EEUU avanzan posiciones. Todo ello supone un debilitamiento sustantivo de los gobernantes de occidente que, en Europa, solo se preocupan de repartirse cargos y Trump de fomentar el proteccionismo junto a políticas represivas y xenófobas. Ante los ojos del mundo, estos líderes se parecen cada vez mas a los decadentes emperadores del Imperio Romano antes de su desintegración, paranoicos y sin más fuerza que las armas. En definitiva, han perdido la batalla ideológica y no representan la libertad, ni la democracia, ni el sueño americano o europeo, mucho más allá de su poder autodestructor. Son una sarta de mentirosos compulsivos, sin valores humanos, ni ética, que están destruyendo el planeta, devolviéndonos a la epoca de miedo y tinieblas que parecía superada.

En España, el poder apoya y destruye al contrapoder, con el riesgo de que alguna vez no les salga bien y acaben por «cocerse en su propia salsa». Todo sería más fácil, con las presuntas izquierdas unidas, pero a Pedro Sánchez «se le aflojan las piernas» cuando plantea una alternativa y prefiere seguir la senda que sus antecesores le marcaron.

* Diplomado en CC. del Trabajo